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Trazos y recorridos de una Línea en lo rural

Luis Guillermo Jaramillo Echeverri – Universidad del Cauca

Ser rural es experiencia que desborda los contornos geográficos, desdibuja las líneas que lo delimitan desde referencias ajenas y rompe con los estereotipos que le atrapan en un exotismo romántico: tierra labrada que sirve en las mesas; naturaleza…paraíso de aire puro, agua limpia y paisajes a contemplar; personas de generoso saludo y trato abierto. Ser rural es salirse de los bordes y sus fronteras, dislocar los reduccionismos cerca-lejos; el ser definidos como opuesto a lo urbano y su desarrollo… como lo otro, donde no llegan las oportunidades; habitantes de un espacio de baja densidad en sus poblaciones, de viviendas dispersas en un territorio; ruralidades medidas por necesidades y servicios insatisfechos… los de escasa conectividad digital. Ser rural es resistirse a ello, a la tipificación de lo extraño, a ser señalado como a quien siempre “le hace falta algo”.

Pero ser no es lo mismo que estar. Estar en lo rural no es encarnarlo; no es ser cuerpo en medio de lo que se hace… tareas y oficios que se tejen; lugar donde se crece aparejadamente con las plantas, se madura lentamente con los frutos y se establece un lenguaje actitudinal con quienes se ayuda a crecer… los animales. Trazar la tierra no es ser del campo. En ella se cuecen relaciones que se hacen huella. La ruralidad, o mejor aún, las ruralidades, comportan otros conocimientos y saberes, es habitar los espacios y hacerlos lugar para ser y estar a pesar de los imaginarios urbanos.

En medio de estos modos de ser está la escuela; tejidos de labranza relacional donde se imbrican crecimientos y amistades ambientadas en el fluir de un aire respirado entre aromas, texturas, sonidos y sabores del entorno. Escuela permeada por los aires citadinos de un lineamiento curricular, de contenidos disciplinares que perfilan comportamientos y escrituras, los cuales marcan esquemas de “normalidad” que a su vez la desencajan.

Esto se percibe en el compartir con maestros y maestras en torno a sus experiencias de clase, en especial, cuando enseñan a niños y niñas a descubrir el mundo a través de los primeros trazos. Relatos que dejan ver cómo lo rural no cabe en una hoja de papel y cómo la escuela es mas bien una sazón de escucha, como lo narra una maestra de práctica en una zona rural:

Hace años, cuando era practicante de mi carrera universitaria, junto a una compañera debíamos evaluar un grupo de niños. Un maestro del Resguardo de Guambia, en el municipio de Silvia – Cauca, nos permitió interactuar con escolares de grado tercero, quienes presentaban dificultades en el aprendizaje. Aplicamos ciertos test, dependiendo del problema de aprendizaje que nos manifestaba el docente. Como eran 8 niños, dividimos el grupo para hacer el trabajo más rápido. La primera valoración de mi compañera la realizó a un niño que, según el docente, presentaba problemas de lateralidad, ubicación y posición espacial; además no manejaba la direccionalidad de los trazos en el renglón del cuaderno.

Dentro del formato de valoración se propuso un ejercicio para él: “dibujar una línea”. El niño manifestó que le era muy difícil dibujar una línea, que jamás lo había hecho y que además el espacio que ella le proporcionaba en la hoja era demasiado pequeño. Mi compañera suspende la valoración y me busca para preguntarme qué hacer, a la vez que indicar que este niño posiblemente tenía un problema “neurológico de base”. Pensé un momento, volví con ella al salón y le pregunté al niño: “¿para usted qué es una línea?”. Él respondió: Es la chiva (bus intermunicipal) que pasa por la carretera los martes y nos lleva a Silvia para hacer el mercado (la remesa).

Las practicantes llegan a la escuela con un conocimiento aprendido acerca de lo que es una línea: sucesión indefinida de puntos, o un segmento conformado por la unión de dos puntos en un plano bidimensional, seguido a la facilidad de trazarlo en una hoja de papel. Sin embargo, ante la pregunta el niño imagina un mundo… asocia la línea con un medio de transporte, pero también con lo que en ella se lleva, con las actividades de sus padres, con el mercado para la casa, con la alegría de la compra y el ser transportado en un vehículo fuera del pueblo o la región. Dibujar una línea es plasmar su ruralidad, su modo de habitarla y jugarla. Para él la línea no es una representación gráfica o figura geométrica, es juego imaginado, relación familiar y movimiento encarnado. Imposible plasmar un mundo, una línea, en una hoja de papel.

Ruralidad no es sinónimo de distancia, ni naturaleza contemplativa, ni limitación espacial; no es labrar el campo o vivir de este. Ella pone en cuestión la linealidad disciplinar, los trazos claros de la modernidad, la ausencia de curvatura en los currículos universitarios y la sucesión de puntos que prescriben un modo de aprender y comportarse. Cuestiona que estar fuera de la línea educativa (lineamientos) sea tener problemas de lateralidad motriz, no caber en las estructuras curriculares, o tener “tener problemas neurológicos de base”.

Tal vez necesitemos aprender otros modos de enunciar y comprender las Líneas que trazan los caminos rurales, sus sinuosidades y movimientos, sentir lo que significan; escuchar el rugir de sus motores, subirnos en ellas para desmontarnos de la base lineal de un progreso transparente y medible. A lo mejor necesitamos ser enseñados a trazar otras líneas y seguir otros trazos, otros trozos de realidad, en la inmensa complejidad de relaciones vitales que dotan de sentido nuestras curvaturas rurales.

 

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