Por: Sebastián Silva-Iragorri
Creo que vamos acumulando y archivando una multitud de pensamientos, sentimientos, hechos, actos, palabras, conversaciones, circunstancias que nos ocurren a diario y que la mente en sus diversas fases procesa y luego, sin saberse el tiempo, expulsa todos esos aconteceres en una confusa mezcla precisamente en los llamados sueños. Estaba leyendo a Alejo Carpentier en su novela “El siglo de las luces” en que narra con imaginación sin límites y algo de realismo los esfuerzos que se hicieron para lograr penetrar las ideas de la Francia revolucionaria en el Caribe desde Puerto Príncipe, Haití. Cuenta el estreno de la guillotina en una población del Caribe y describe con horror la caída de cabezas ante el furor de aquella cuchilla maldita y descubre que después las gentes siguen, unos en sus negocios con total normalidad y otros, la mayoría, dedicados a la danza, al jolgorio y al licor dentro de un ambiente de festejo luego de las ejecuciones. Cierta o no esa narración nos deja la gran lección de las tragedias de algunos pueblos que frente a desventuras dramáticas continúan su vida celebrando y bailando como rompiendo hechizos y maldiciones. El sueño debe ser el rechazo a todo tipo de violencias investigando hasta el fondo para encontrar las fórmulas claves de acariciar el ideal de la verdadera paz.
Sigmund Freud en su “Interpretación de los sueños” explica en amplio análisis cómo llegar a comprender y tratar enfermedades de tipo histérico a través de sueños repetidos que le denuncien diagnósticos y procedimientos. Freud llega a reducir los sueños a deseos eróticos reprimidos, lo cual implica una visión muy recortada de todas las circunstancias y pensamientos del Ser Humano en el desarrollo de su vida y en el gran escape que significan esos sueños en sus diversas mezclas y confusiones. Las investigaciones sobre estas clases de afirmaciones de Freud siguen en vigencia y escuelas y organizaciones profundizan y debaten sobre sus razones en apoyo u oposición a sus tesis. Los enigmas siguen abiertos y los sueños aparecen y sus causas no se descubren en su totalidad.
Fuera de esos sueños están los sueños despiertos, que son aquellos anhelos conscientes, deliberados y madurados que una vez seleccionados se convierten en la esperanza, el deseo, la ilusión de los Seres Humanos. Estos sueños son de tal importancia que por su desarrollo y brillantez han transformado el mundo y realizado la historia. ¿Cómo no soñar con la igualdad de las personas en materia de oportunidades y posibilidades de progreso sin limitación alguna y bajo la protección de un Estado vigilante e impulsor de las mejores conductas de sus habitantes? Este es un propósito al que debe aspirar toda Nación y sociedad.
¿Cómo no aspirar a una libertad responsable que permita el desarrollo de las comunidades y las personas sin el impulso artificial de drogas y alucinógenos que aniquilan al Ser Humano y lo reducen en sus intenciones y objetivos a la más decadente presentación y destrucción?
Creo que la humanidad tiene que llegar al objetivo del amor constructivo, del respeto a las ideas de todos, del honor y dignidad en el obrar, la transparencia en el actuar y la compasión y solidaridad por todos nuestros semejantes necesitados de alguna colaboración y apoyo. La mejor forma de progresar espiritual, mental y espiritualmente es a través de las enseñanzas plasmadas en los evangelios y traducidas en el ejemplo de santos y mártires que dejaron una ola de valores para el mundo. En la comprensión y la integridad de las respuestas al accionar, se puede encontrar la convivencia en las divergencias y como dijo Guillermo Valencia en Anarkos, “No puede ser que vivan en la arena los hombres como púgiles: la vida es una fuente para todos llena; id a beber, esclavos sin cadena” y al final de ese poema social anuncia las palabras del Pontífice que predica “como relámpago imprevisto, a impulso de los hálitos eternos, ésta sola palabra: JESUCRISTO”.