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De la crisis de lo partidos

CARLOS E. CAÑAR SARRIA – carlos.canar@esap.edu.co

Los partidos polìticos son  pilares  básicos de las democracias modernas. Su nacimiento coincide con la participación popular en las decisiones públicas. Se consolidan en los regímenes parlamentarios  donde el Gobierno se hace responsable ante el electorado de una nación. Partidos  polìticos que se respeten  deben estar dotados  de una filosofía y de unos ejes programáticos que hagan atractiva la actividad polìtica, capaces de persuadir  a los ciudadanos para que escojan las mejores opciones. Para ello se hace necesaria la educación polìtica de los ciudadanos como una de las principales tareas de los partidos. Hacer interesantes unos programas que   fundamentados en una doctrina polìtica  encarnen  los valores que exigen constituir la futura sociedad. 

El imaginario de la gente  está esperanzado en la polìtica y en lo político; la polìtica  se ubica en el plano de las decisiones y acciones y  lo político  se traduce en los efectos del poder y en el papel que desempeña la sociedad civil.  

En Colombia no  han  existido unos verdaderos partidos polìticos, lo cual explica en cierta medida la imposibilidad de instaurar una democracia moderna.   Lejos de ser los reales intermediarios entre la sociedad civil y el Estado, los partidos se han  caracterizado màs  como maquinarias  electoreras que por asimilar las demandas sociales para que sean convertidas en políticas públicas en bien de la sociedad que dicen representar.

Históricamente  la lucha partidista entre liberales y conservadores y el reparto  bipartidista del poder después del Frente Nacional degradó nuestra “democracia”. Primero la  guerra a muerte entre los partidos tradicionales y después un régimen de exclusión  con respecto a otros partidos o movimientos con opciones de poder, lo que ha contribuido  a que la  vida republicana no haya estado   exenta de violencia.  Al extinguirse los partidos tradicionales como lo estamos observando en la actualidad,  el pluralismo partidista podría dar respuesta   a las múltiples aspiraciones de una sociedad  que se decida a  apoyar unos programas de gestión.  Pero la verdad es que no. En la medida en que se desdibujan y desaparecen los partidos tradicionales, proliferan otros partidos y movimientos pero no cohesionan nada y mucho menos llenan las expectativas de un país que pide a gritos cambios estructurales.

Los partidos polìticos tienen la libertad de respaldar o no a un gobierno determinado,  de  hacer la oposición democrática  cuando consideren que  el Ejecutivo no   llena    las expectativas esperadas. Sin embargo, en Colombia la oposición democrática prácticamente no existe si observamos la situación actual; tres o cuatro pelagatos, con bestialidades diciendo a todo NO con sabor al presidente Petro, no a todas las reformas  y enajenado los intereses colectivos.

Sin oposición queda deslegitimado el régimen y sistema político y se niega   la democracia.

Nuestros partidos tradicionales carecen de dirigentes, se enfrascan en el clientelismo y en la politiquería y actúan de espaldas a los intereses del país. Por eso estàn como estàn. El Partido Conservador hace décadas pasó al  deshonroso museo de las antigüedades. Ante la carencia de un líder que pueda fungir como candidato en la lucha por el poder, cuando ha podido , no le ha quedado otra opción, que aferrarse a quienes están encaramados y amañados en el poder.

Mientras el Partido Liberal, al igual que su compañero histórico, el conservatismo, cada vez más lejos de convertirse en opción de poder, viene empecinado en alienarse a los sectores más retardatarios del país en contra de la construcción de una sociedad moderna y democrática.

La forma como se desarrolló la reciente convención liberal es totalmente deshonrosa; continuar con la dirigencia de César Gaviria, quien sólo le importa la defensa de apetitos mezquinos, no es buena señal ante la intensión de depurar sus cuadros y acciones de este seudopartido.

Se presupone que un liberalismo moderno y democrático debe buscar la forma de encaminarse en los lados de una izquierda democrática y no lo contrario. Si nos basamos en los principios liberales, nada es tan cercana al liberalismo que la izquierda democrática y viceversa. Desafortunadamente en lo que respecta al liberalismo nada de ello sucede.

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