JESÚS ASTAÍZA MOSQUERA.
Uno no se atreve a imaginar que aún existen los santos de carne y hueso y que estando a nuestro lado los hemos dejado pasar con cierta indiferencia rayana en la invisibilidad total.
Sin embargo cuando el 4 de julio de 1986 el Papa Juan Pablo II visitó a Popayán, nos conmovió el recibimiento multitudinario, pues las personas lo sentían como un amigo dedicado al servicio de la humanidad, que reconfortaba con su ejemplo, daba amor para vivir y su voz y sus manos alimentaban la esperanza.
Todo le salía espontáneo como las bienaventuranzas que trascienden, reconfortan en una comunión de bondad y verdad que embargan el corazón de inefables sentimientos y deseos infinitos para hacer el bien sin intereses.
Las flores, los pañuelos, los aplausos se juntaron con las manos volanderas del Papa para llevar por los cielos abiertos el cálido mensaje de la alegría y la paz. Era un sembrador de sueños solidarios y conmovedores afectos.
En aquel día muchos participamos porque seguimos creyendo a pesar de la oscuridad. Porque al echarnos la bendición nos sentimos nosotros con toda la libertad de amar, confiar, tener fe en alguien, esperar cosas mejores, que no nos pueden quitar la sonrisa acariciante en aras de la justicia que es la verdadera razón de la existencia pero sin injusticia ni sangre.
El Papa Juan Pablo II fue subiendo paso a paso las escalinatas del amor cuidando de no mortificar a nadie y hoy lo vemos y admiramos en el Templete como un Santo que sigue acompañando todo el caudal humano de los hombres que aun creemos en la armonía elemental de una paz sincera.
Me encanta comprender en toda su dimensión que tuve tan cerca al Papa que hoy puedo devolverle una plegaría como él lo hizo por nosotros cuando su presencia fue un bálsamo en un momento difícil para Popayán, Colombia y el mundo.
Así en Popayán cuántas personas hemos visto pasar cargadas del inapreciable don de amar y servir. Por aquí estuvo Toribio Maya cundiendo de oraciones los hogares, las calles y los campos para llevar alimento a los humildes, curar las rosas sangrantes de los leprosos y acompañar con bendiciones el último suspiro de los que clamaban serenidad espiritual para acercarse al Dios bueno y justo.
Aquí Marinita Otero abriendo espacios con su caridad y educando a las adolescentes y a las desprotegidas con la puerta abierta de su colegio y de su inmenso corazón.
El padre Gersaín Marín que desde las polvorientas calles de Puerto Tejada, Caloto y la iglesita doctrinera de Santo Domingo encontró el alma popular que exorcizaba culpas en las devotas romerías. Formó hombres de bien en cualquier esquina, en los cañaduzales del norte del Cauca y también aprendió de la filosofía cotidiana del pobre y enseñó lo que tenía que enseñar con una sencillez bíblica. Fue un recogedor de esencias, palabras y sentimientos que saboreó en noches insomnes para que su prédica tuviera la sapiencia de alimentar el alma.
Como no recordar al padre Genaro Rojas que con sus estudiantes de la Universidad del Cauca, daba charlas informales a corazón abierto como un rosario de perlas del más puro castellano, para que los indigentes tuvieran su maná alimenticio, un hogar de paso, la ternura de una baño, aseo personal y vestimenta y los dejara marchar a sabiendas que los personas también pueden renacer del infortunio.
Y nuestras propias mamás con toda la inmensidad de su amor y la ternura de sus inolvidables cuidados que también hacen parte de aquellos maravillosos seres humanos que aun caminan por los senderos del mundo.