ARMANDO BARONA MESA
Sí, es como si nos hubiera caído una maldición a los colombianos. Tener que soportar a un dictador en potencia, ansioso, vicioso y ambicioso, ambulante de los recodos negros de la noche, en los que se pierde con inusitada frecuencia como es hoy de dominio público, tras conocerse la advertencia de su compinche Armando Benedetti, de su excanciller Álvaro Leyva y de Ingrid Betancur y Carlos Alonso Lucio sobre el vicio del uso de la droga maldita.
Acaba de volver a ocurrir la semana pasada. Se evaporó después del fracaso del paro general, un día que tenía un compromiso internacional muy importante en Montería, con visitas de jefes de estado.
Pasaron entonces más de cuatro días, sin que nadie lo viera en la Presidencia ni en parte alguna. Y cuando reapareció, acudió al expediente trasnochado de que existía un plan para matarlo -que fue noticia un año atrás- y que en realidad su “escondida” era para salvar la propia vida.
También se supo, con pruebas al canto, que hace poco tiempo estuvo en la posesión del presidente ecuatoriano Daniel Noboa, con asistencia de un día. Pero se fue tres más, allá mismo y de incógnito, a una finca de millonarios en la ciudad de Manta a “sacrificar” su tiempo libre a base de mentirijillas. Y así, en cualquier parte se escapa, aunque a veces se lo alcanza a ver -como ocurrió en Panamá- con una hembrita que terminó siendo un “hembrito”.
Ah, mentiras van y vienen, en una vida postiza y sin respeto alguno por sí mismo y menos por un país respetable como Colombia. Y es abrupto, tosco y vulgar. HP le gritó al presidente del Senado. ¡Asqueante! Cree en la “oratoria” del culebrero y en la banalidad del narcisista. Sí, nos ha caído una maldición, que podría ser peor cada día que pase, si es que los colombianos no adquirimos un estado de consciencia pleno y colectivo.
Ningún presidente ha viajado tanto y tan costosamente como él. Ha malbaratado el presupuesto nacional gastando a rodos el dinero público, sin atender el llamado de la prudencia o la sensatez. Nuestra deuda pública ha superado todas las previsiones y las normas internacionales. Se cree él, Petro, la infundia, como aquel lejano presidente ecuatoriano José María Velasco Ibarra, de que si le dejan una tribuna volvería a ser presidente. Y ama la publicidad, ocupando gratis en su campaña todas las redes de comunicaciones del país. Se cambia la vestimenta cada seis horas y luce de pronto una chaqueta de costos inauditos, conforme a sus zapatos Ferragamo. Y usa bluyines costosísimos y camisas y relojes de alta marca. Y se manda a hacer implantes de cabello y cirugías plásticas por cuenta del “tanque”, que somos nosotros, los paganinis. Que su mujer se fue, “¡Vamos, vamos!, que está haciendo lo que le gusta”. Mientras tanto el país debe soportar el hundimiento de su economía y el aumento de la corrupción rampante y de la violencia generalizada.
La última misiva de su excanciller, que vivió los hechos, lo marca de manera inaudita como el vicioso que llegó a la sima en su detritus personal, hasta los peores extremos. Lo hizo en Florencia Italia, también en la Guajira, así mismo en la noche del delirio contra Trump, que casi nos cuesta tan caro. No tiene proporción en los sucesos; y a pesar del fracaso del paro general ideado por él, insiste hoy, como única salvación para sus ambiciones, en la consulta popular que cuesta setecientos mil millones. ¡Por Dios! Y nada le importan la Constitución ni las Cortes ni el Congreso.
Por supuesto todo ese conjunto de hechos constituyen mala conducta, que debe ser investigada, aun de oficio, por la Comisión de Acusaciones y la Cámara de Representantes, para dar inicio a un juicio ante el Senado. Así debe ser conforme a la Constitución Nacional y a las costumbres civilizadas.