Mag. Carlos Horacio Gómez Quintero.
Revisando diccionarios de sinónimos he encontrado algunos relacionados con el término bellaquería, los cuáles a continuación: Vileza, ruindad, picardía, bribonada, granujada, rufianería, truhanería. Por supuesto que las bellaquerías son las acciones que realiza el bellaco, aquella persona de ingenio astuto, malintencionado, hábil para engañar e idóneo en ello, bien sea por nacimiento, gusto, afición o hasta por “formación”, para hacerlas.
Apelo a estas acepciones para referirme a 3 situaciones, terriblemente padecidas por las comunidades de Popayán, del Cauca y de muchas otras partes y regiones, como efectivamente lo han sido el nuevo – y no último – cierre de la carretera panamericana en el trayecto Popayán – Cali, el derribamiento de una imagen de Cristo Redentor que algunas personas habían colocado en el pedestal ubicado en El Morro y, los constantes agravios que lesionan las paredes y muros en el centro de nuestra ciudad capital. Lo hago, no con la intención de seguir regando más gotas o ríos de leche sobre la que ya está derramada, sino en el ánimo de plantear un llamado para que institucionalidad y sociedad, aún desde las vivencias personales, digamos y hagamos algo a manera de propuestas de avance en la adopción de medidas que impidan sigan apareciendo situaciones generadoras de mayores contradicciones divisionistas, en un conglomerado que reclama a gritos unidad, sensibilidad, respeto, autoridad e imperio de las buenas costumbres, entre otras grandes aspiraciones. No es posible continuar a merced de impetuosas actuaciones promovidas por verdaderos “bellacos”, a quiénes, para nada pareciera interesarles la vigencia de referentes de convivencia y de inclusión y que, por el contrario, han encontrado en la detestable posición de pasar cuentas de cobro a nombre de la insensatez y el resentimiento, la mejor oportunidad para hacer sentir unas actuaciones que no les está arrojando nada más que el desprecio y la censura. Estas 3 bellaquerías han atentado flagrantemente contra los derechos colectivos de todo tipo derivados del uso de las vías de comunicación, contra los valores de las creencias y la integridad emocional y claro, contra los valores de un patrimonio de la nación y de la humanidad entera, en términos generales.
Durante la semana que termina, en el históricamente marcado trayecto de las negociaciones pendencieras y extorsionadoras, ahora extendido hacia sectores de El Túnel, El Cairo y La Venta (cerca de Cajibio), por cuanto no es solamente en La María, El Tunal y La Agustina, volvieron a aparecer nuestros dilectos paisanos indígenas, haciendo alarde una vez más, de las prácticas ruines que tantos dividendos económicos y de reivindicación política y organizativa les han proporcionado. Lo de siempre, apareció en esta oportunidad una vez más, vale decir, movilización de chivas repletas de gente y pertrechos para acampar, guardia indígena dispuesta a guerrear contra la fuerza pública, ánimos alterados para impulsar acciones de hecho capaces de usurpar hasta el uso de los bienes públicos y privados que se encuentren a su paso, decisión para atentar contra los recursos naturales en la idea de erigir barracas más sólidas para los taponamientos, manifestantes inermes en la primera línea para impedir el accionar de las autoridades, pliegos de peticiones por el sí y por el no y por supuesto, certeza de que sus acciones intimidan, amilanan, ofuscan, agreden y alteran las dinámicas mermadas de una realidad social y económica del Cauca, que ya no aguanta más y que sabe con anticipación, la ocurrencia de estas vilezas. Todo este coctel de astucia y bribonadas es aplicado inmisericordemente cada que se avecina una fecha importante que reivindique aspiraciones ciudadanas, a la espera que la misma presión ciudadana reclame de los agentes estatales una rápida presencia, que no negocia, sino que cede y allana el camino para que los privilegios, entre otras cosas garantizados constitucionalmente, se concreten mediante vías de hecho, a través de grandes asignaciones de recursos presupuestales, que valga decir la verdad, en muy poco han cambiado las realidades críticas de los pueblos originarios. Hubo también elementos nuevos, verbigracia, la presencia de comunidades indígenas de Nariño y Putumayo engrosando las filas de los bloqueadores de la vía, el desconocimiento que El CRIC hizo de la movilización evadi8endo responsabilidades, la presencia supuestamente inconsulta y autónoma de los indígenas CRIC de Tierradentro y el relanzamiento, cual estrella, del Misak Luis Yalanda abrogándose un liderazgo nacional o al menos regional que no ostenta. Lo cierto es que por encima del arreglo y nuevo acuerdo, el daño se ocasionó y con efectos desastrosos, tanto en la dinámica social y económica, como en el valor de la institucionalidad que se mostró aislada, débil y desprotegida del poder central que prefirió irse a hablar de seguridad en Buga; igual permitió que le impusieran órdenes amañadas para desbloquear la carretera y el colmo, se dejaron tentar por el atractivo veleidoso de los medios para agradecer “la buena voluntad” de los astutos y hábiles bellacos, en el momento en que regresaron las llaves de la maquinaria utilizada para taponar la arteria internacional, es decir entregaron las llaves de la puerta del taponamiento y les respondieron con aplausos y abrazos en señal apologética de reconocimiento a su bellaquería. En nuestra historia existen antecedentes de ejercicios de gobierno, también afectado por esta clase de actuaciones, ante las cuáles se respondió eficazmente haciendo prevalecer El Estado Social de Derecho con autoridad, liderazgo, inteligencia, posiciones definidas con claridad para no seguir entregando El Cauca y desde luego, con respeto por la vigencia plena de Los Derechos Humanos.
Otra manifestación de agravio fue la sucedida en El Morro de Tulcán. Encontrándose solo y abandonado el pedestal de Belalcázar desde hace 5 años y convertido ahora, en abierto espacio para el consumo de marihuana y otras sustancias adictivas, mereció por parte de un grupo de ciudadanos un tratamiento diferente, consistente en la ubicación de una pequeña imagen de Cristo Redentor. Independientemente de su tamaño, material de elaboración, belleza física y consideraciones religiosas para ubicarlo en ese sitio, lo cierto es que los bellacos lo tiraron al suelo con violencia, alevosía, cizaña y actitud premeditada para causar dolor. No ha sido suficiente el primer acto repetitivo de actos similares presentados en el mundo para derribar imágenes. Acá lo hicieron para sentar un precedente de resentimiento étnico por parte de comunidades foráneas que nada deberían cobrar, si es que efectivamente se acogieran a la historia real. Hoy se sigue utilizando ese mismo acto depredador para expresar odios y lo más crítico, para violar valores religiosos y morales, que igualmente son tan valiosos y respetables como los que los desalmados violentos defienden. Desde El Municipio y El Ministerio de Cultura, sin más demoras o dilaciones se debe tomar una tajante decisión sobre el mejor destino que se merece El Morro y cualquiera sea ella, lo que no debe faltar es la clara determinación de recuperar ese sitio sagrado para la ciudad y sus habitantes y no para dejarlo a merced de los insulsos espíritus de personajes que se hunden en el humo de la banalidad y se pierden en sus efectos para causar el mal.
Y por supuesto que se debe hacer una puntual referencia a la desastrosa maña, impuesta sobre el sentir ciudadano, de pintar horrorosamente las paredes y los muros de la ciudad cada que a los desalmados transeúntes de las noches oscuras y los días de agitación desenfrenada se les ocurre. La ciudad es de todos y claro está que no deseamos la presencia de Cartuchos o figuras similares. Es inclemente el accionar de los truhanes en contra de nuestro patrimonio arquitectónico, la riqueza de los templos y los bienes declarados de interés nacional. Atentar contra ellos es una conducta delictiva que se debe perseguir y castigar ejemplarmente y adicionalmente, se debe instar a las autoridades correspondientes para que desde sus instituciones se respeten los bienes públicos, mismos que se les han entregado para su cuidado y preservación. No se puede seguir aceptando que, con el solo ánimo de evitarse cuestionamientos y reclamos, se permita que los ocupantes transitorios de los recintos oficiales acaben con todo cuanto le da lustre a Popayán. Se sabe de actitudes de agentes oficiales que han opinado y actuado en función de lo aquí planteado, pero que desafortunadamente han sido vetados por la inaceptable postura del dejar hacer y el dejar pasar.
Es momento para no seguir cediendo, para unirnos, para reclamar autoridad y orden, para exigir se valore nuestra voz en los momentos de diálogos, para reclamar ante el nivel central la definición clara de acciones de gobierno que rediman al Cauca y para que la fuerza pública y la justicia ejerzan una actuación contundente, que aplaque los ánimos ruines y belicosos de los bellacos.