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Vida y Universidad – La solidez de las “habilidades blandas”

Luis Guillermo Jaramillo E. Universidad del Cauca

Las habilidades comúnmente son entendidas como capacidades o destrezas para hacer algo con facilidad; la RAE las define como “capacidad y disposición para algo”. La palabra disposición (disponer-se) amplía su significado dotándola de una cierta inclinación, de un querer que algo sea posible. Adquirir una habilidad requiere entonces no solo de una preparación… es también estar dispuesto a.

En las instituciones educativas cobra cada vez más fuerza hablar del fortalecimiento de “habilidades blandas” o soft skills como complemento de capacidades cognitivas, conocimientos técnicos o “habilidades duras” que fundamentan el desarrollo de una persona; se espera que esta demuestre competencias que le certifiquen como apta para un mercado laboral. Las “habilidades blandas” se convierten así en el suplemento –dietario– que se da a los estudiantes en un plan de estudios: comunicación asertiva, capacidad de negociación, gestión del estrés, adaptabilidad al cambio… contenidos que ayudan al mantenimiento y refuerzo de habilidades llamadas “duras”. Lo duro y lo blando es la expresión de una educación que se mueve entre la oferta y la demanda, cuyo correlato es la inversión en un sí mismo asociado a la producción.

Sin embargo, la habilidad es también una disposición, un deseo, un disponer-se a recibir o aceptar algo: una enseñanza, una escucha, una lectura, un querer entender. Las habilidades afloran en la medida que la disposición está presente, como la mesa (no la receta) donde se sirve aquello que más nos gusta. Son anhelos de posibilidad vital: discernir sobre nuestras valoraciones, fijar la atención en lo que nos apasiona, conversar en medio de las diferencias, mascullar una idea que carcome… disposiciones que sobrepasan el perfeccionamiento de una capacidad.

El profesor Fernando Bárcena comenta que antes de iniciar sus cursos leía a sus estudiantes una cita del educador William Cory sobre el estar en la universidad. Una parte dice: “venís a una gran escuela no para adquirir conocimiento, sino para adquirir artes y hábitos: el hábito de la atención, el arte de la expresión, el arte de percibir y adoptar al instante una nueva posición intelectual, el arte de captar rápidamente los pensamientos de otros, el hábito de someteros a censura y refutación, el arte de indicar asentimiento y desacuerdo de manera graduada y medida, el hábito de fijaros en los detalles con exactitud, el hábito de saber hacer las cosas a su tiempo, el gusto y la discriminación, el valor mental y la sobriedad mental. Sobre todo, venís a una gran escuela para conseguir el conocimiento de vosotros mismos” (2023, p. 37).

El desconcierto de los estudiantes ante la reflexión del profesor no se hacía esperar, tal vez esperaban aprender una técnica o habilidad, la erudición de un tema o tratado y no la disposición para ser enseñados, la capacidad de expandir horizontes de comprensión vital; aprender a ordenar y expresar sus ideas, comprometerse con un punto de vista, descifrar un conocimiento sólido de una especulación y ser parte de una comunidad que persigue con fervor la verdad; solideces que son el pábulo de la vida misma.

Estas habilidades no forman parte de una estructura curricular, en tanto se fortalecen en los grupos de estudio, las lecturas compartidas, los círculos de reflexión, las artes y demás encuentros donde palpita por momentos la universidad. Crecimiento que encontró la escritora Zena Hitz con sus compañeros en una pequeña universidad de artes liberales: “Prosperé en la simplicidad y espontaneidad de la vida universitaria: el concentrarnos exclusivamente en la lectura y la conversación, la insistencia en hacer preguntas humanas básicas, la convicción de que el valor de la actividad intelectual radica en la búsqueda más que en lo que logremos. [Descubrimos], en otras palabras, que el estudio por sí mismo, es decir, el estudio sin resultados visibles o credenciales de alto prestigio, era enormemente útil para otros fines” (2022, p. 25).

Plantar “habilidades blandas” en un plan de estudios es como cosechar frutos en invernaderos sofisticados; podrán ser de buen tamaño y color, mas no habrán soportado el ardor del sol, las heladas nocturnas, las torrenciales lluvias y los bravíos vientos. Los sujetos de la educación no crecen a plenitud en invernaderos demasiado protegidos. La vida se cuece donde otros han sembrado lo que nosotros con esfuerzo… estamos por descubrir.

Referencias

Hitz, Z (2022). Pensativos. Los placeres ocultos de la vida intelectual. Ediciones Encuentro.

Bárcena, F. (2023). Meditación sobre el estudio. Un ensayo filosófico. La Huerta Grande.

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