Luis Guillermo Jaramillo Echeverri – Universidad del Cauca
Ahogado
el cuerpo,
flota.
(Gloria García)
Silencio y presencia. Estar en ausencia de sonidos y escuchar el propio cuerpo; universo de sensaciones y movimientos que hablan, nos hablan… testimonio de que estamos y, sobre todo, que existimos. Ruidos que vienen de afuera, nos tocan, los sentimos, reaccionamos a su intensidad; anuncian la distancia –el motor de un carro o el ladrido de un perro nos alertan de su cercanía–, nos sitúa en la familiaridad o extrañeza de los lugares y despierta nuestra capacidad de entendimiento para atender lo que se nos dice. Los oídos son tocados por el movimiento pasajero de las voces, los silbidos cálidos del viento y el batir de los objetos cuando cambian de posición. Están presentes aún en el silencio.
Presencia de un cuerpo que no solo escucha… se escucha. Ruidos que guardan relación con nuestro cuerpo: el roce con la ropa, la estrechez de los zapatos o acariciar la piel suave o áspera… sinergia que se da entre un sentir y un escuchar. Rumores venidos del propio cuerpo tocan nuestros oídos sorpresivamente, aunque les prestamos poca atención. Algo en nuestro interior se ha movido, reaccionado ante un estímulo causado por sus órganos: el palpitar de los músculos, los bostezos de hambre o pereza, el crujir de una rodilla, los cosquilleos en el vientre. Susurros que van y vienen como constelaciones de las que no somos más que testigos. Nuestro cuerpo no solo está constituido por sensaciones táctiles externas: ubiestesias, también por sensaciones de movimiento vividas desde dentro: cinestesias. Sensaciones difíciles de describir, pero indudables (San Martín, 2010).
Vocecillas internas. Rumores de nuestra carne que no pasan por la conciencia. Universos sonoros con vida propia. Efluvios, modulaciones, deslizamientos y variaciones por las que el cuerpo adquiere una identidad. Murmullos que parecen gritos, barullos que en su ininteligibilidad anuncian que tal vez algo no anda bien… manifestaciones de dolor; quizás un malestar en el abdomen, un chasquido en el hombro, una extraña palpitación el pecho. Escuchar que algo se mueve y no es provocado por nosotros nos abre al misterio de querer saber qué ocurre y a la incertidumbre de lo que será… “como si el cuerpo reflexionara sobre sí mismo como cuerpo” (van Manen, 2016). Alteridad que nos remite a una vida interior-en-movimiento.
Max van Manen narra cómo una mujer experimentó por años sensaciones corporales intranquilas: “parálisis parcial, incomodidad y fatiga; se le sometió a una multitud de exámenes: broncoscopia, tomografía computarizada, resonancia magnética y otras pruebas molestas. Se le envió a otro especialista. Este le solicitó hacer un movimiento de piano con los dedos de una mano, lo que hizo con facilidad; luego con los dedos de la otra, pero los dedos no respondían. «Bueno», dijo él, «es claro: tienes esclerosis múltiple». La mujer comenzó a llorar –pero no de miedo o angustia–. Lloraba de tranquilidad. Después de todos estos años alguien había hallado la enfermedad. Pese al diagnóstico, lo vivenció como un alivio; dijo: Ahora cuando siento síntomas molestos, me digo: «así es como es; esto es con lo que tengo que vivir. Esto me permite darle a la enfermedad un lugar en mi vida»” (p. 377).
Comprender lo que dice nuestro cuerpo puede ayudar a sanar-nos y darle un lugar a ese decir en nuestras vidas. Descifrar cambios suscitados por la edad, limitaciones por alteraciones sufridas en un accidente o por un cuadro psicológico o emocional ayuda, de cierta manera, a intentar estar en armonía con un cuerpo que somos nosotros-mismos. Sentir no solo lo que pasa sino lo que nos pasa; anudamiento donde aprendemos a escuchar una vida corporal interior, a estar atentos a sus ruidos y cuchicheos, reírnos aún de sus travesuras y saber que no es un agregado de nuestras realizaciones o metas. Entender que no somos huéspedes en su mundo –somos cuerpo– nos permite establecer una relación menos ansiosa y más reflexiva… no con sino en él. Comprensión que es más que gratitud en tanto somos lo que hemos podido lograr siendo cuerpo. Al final… él seguirá rumorando a nuestros oídos que no estamos tan solos.
Referencias:
San Martín, J. (2010) El contenido del cuerpo. En: Investigaciones Fenomenológicas, Cuerpo y Alteridad, Vol. Monográfico, No. 2, UNED, pp. 169-187.
Manen, van Max (2016). Fenomenología de la práctica. Universidad del Cauca.