viernes, junio 20, 2025
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Encuentro con el Quijote

Por: Juan Carlos López Castrillón

La mejor hora del parque de Caldas de Popayán es, sin duda, pasadas las 11 de la noche. Se va quedando solo y las sombras empiezan a perfilar figuras que solo emergen mágicamente cuando ya no hay nadie, especialmente si ha llovido, pues las calles se vuelven un espejo que produce un efecto de tercera dimensión.

Al filo de las 12, y con un poco de suerte, podemos encontrar en una banca solitaria a don Alonso Quijano, más conocido como el Quijote de la Mancha, sentado, mirando el lugar de su tumba, ubicada exactamente detrás de la placa de piedra de la Torre del Reloj. Escucha melancólico las risas de un grupo de estudiantes que cuentan anécdotas de la universidad mientras circulan una roñosa de aguardiente que beben a pico de botella.

Me siento a su lado y le digo:

—Buenas noches ¿En qué piensa don Alonso?

Me mira y me responde con otra pregunta, citando a Juan José Saavedra:

—Señor, dígame ¿Por qué Popayán era más grande cuando era chiquita?

—No lo sé, respondo (aunque creo saberlo). Más bien dígamelo usted, que lleva aquí más de cuatro siglos viendo pasar los sucesos.

—Esta ciudad es un viaje en el tiempo, dice, como dictando una sentencia. Ha tenido épocas aciagas, pero siempre se ha recuperado. Volverá a ser grande. Por eso estoy aquí.

—Qué bueno oírle decir eso don Alonso, respondo. También estoy seguro de que vendrán mejores días. No hay mal que dure cien años.

—O cuatro. Sonríe, se levanta y empieza a caminar por la calle quinta hacia La Ermita.

Le emparejo el paso y le pregunto si es cierta la historia que cuenta mi amigo Marco Antonio Valencia Calle sobre las niguas que viajaron hasta Alcalá de Henares a principios de 1600, ocultas en las ropas de una persona que murió al llegar allá.

—Obvio que es cierta esa historia, si no, yo no estaría aquí. Don Miguel de Cervantes, mi hacedor, heredó las ropas de ese viajero, las niguas lo picaron y enloqueció de fiebre. Ahí me creó.

—Don Alonso, dígame un personaje que le haya llamado la atención en estos siglos de estancia.

—Doña Dionisia Pérez de Manrique, responde sin dudar. Me habría encantado ser su tercer esposo, pero al enviudar por segunda vez (en 1729) se refugió en la espiritualidad y cuando pude abordarla me dijo: “Alonso, somos dos fantasmas y ya amé lo suficiente”.

Al llegar a la esquina del Paraninfo Caldas se detiene y me dice:

—Lo dejo, señor. Tengo una cita en El Empedrado y luego debo volver a la Torre del Reloj.

Regreso caminando hasta ese sitio, me detengo en la placa de piedra que está en su costado norte y pienso que ahí debería existir otra placa que dijera:

AQUÍ YACE DON ALONSO QUIJANO, EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA.

Posdata: ¿Para usted cuál es la frase más hermosa del Quijote? Para mí, sin duda: “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”.

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