viernes, junio 20, 2025
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El paradigma del odio

Juan Pablo Matta Casas

Colombia atraviesa un momento crítico de su historia reciente. La polarización política ha alcanzado niveles alarmantes, donde la discrepancia se ha transformado en animadversión y la diferencia de pensamiento en motivo de persecución. En este escenario, el odio ha dejado de ser una emoción aislada para convertirse en un paradigma que guía la acción política, un instrumento corrosivo que erosiona la convivencia democrática y, peor aún, desvirtúa el ejercicio del poder.

El Cauca y su capital, Popayán, no han sido ajenos a esta deriva. Lo que alguna vez fue un territorio marcado por el espíritu de resistencia y la diversidad cultural, hoy sufre las consecuencias de una retórica incendiaria que busca dividir en lugar de construir. La violencia discursiva, incentivada desde trincheras ideológicas opuestas, ha terminado por sembrar desconfianza y resentimiento en una comunidad que, más que nunca, necesita reconciliación y unidad.

El odio como estrategia política no es nuevo, pero su institucionalización en el debate público sí representa un peligro latente. La deshumanización del adversario, la manipulación de los hechos y la exacerbación de los conflictos han convertido el diálogo en un campo de batalla donde no hay lugar para la razón, sino únicamente para la confrontación visceral. En este contexto, la izquierda radical ha instrumentalizado el resentimiento social, dejando de lado los principios democráticos en favor de una lucha sin cuartel por el poder.

El problema no se reduce únicamente al discurso. Cuando la política se fundamenta en el odio, las instituciones también se ven afectadas. Se pierde la confianza en los mecanismos democráticos, se debilita la justicia y se promueve la idea de que cualquier fin justifica los medios. Esta peligrosa lógica ha permeado incluso a sectores que deberían mantenerse al margen de la confrontación partidista, como la academia, la prensa y la sociedad civil.

Es necesario detenernos y reflexionar sobre las consecuencias de esta espiral. La historia ha demostrado que los países que han permitido que el odio se convierta en el motor de la política terminan pagando un alto precio: fragmentación social, crisis institucional y, en los casos más extremos, conflictos de difícil solución.

En el Cauca, donde la diversidad étnica y cultural debería ser motivo de orgullo y fortaleza, este fenómeno adquiere una dimensión aún más preocupante. La estigmatización, la persecución de líderes sociales y el recrudecimiento de la violencia son síntomas de una sociedad que ha normalizado el enfrentamiento y la exclusión como método de resolución de conflictos. Popayán, una ciudad que históricamente ha sido epicentro de grandes movimientos políticos e intelectuales, hoy enfrenta el reto de resistir la tentación de la polarización y apostar por el debate constructivo.

Pero, ¿cómo enfrentar este problema? El primer paso es reconocerlo. No se trata de minimizar las diferencias ideológicas ni de pretender una falsa armonía, sino de entender que el adversario político no es un enemigo y que la política no debe ser una lucha de exterminio. Es imperativo recuperar el valor del diálogo, del respeto y de la argumentación basada en hechos y principios, no en prejuicios y emociones desbordadas.

No es suficiente con condenar la violencia cuando esta se sale de control; es necesario evitarla desde la raíz, renunciando a discursos incendiarios y promoviendo un liderazgo basado en la construcción y no en la destrucción.

Si la política sigue guiada por el odio, el país seguirá atrapado en una espiral de conflictos sin solución. Pero si se opta por el diálogo, el respeto y la reconciliación, aún es posible construir un futuro distinto.

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