Una aventura al Puracé
El volcán Puracé es un atractivo para la práctica del turismo ambiental, que en estos tiempos de alerta amarilla por la actividad que está registrando, impide subir a quienes disfrutan de esta disciplina.
Textos y fotos Por: Antonio Alarcón R.
Vamonos pa´l volcán fue lo que oí en una noche de rumba, en mi bonita Popayán, ciudad en la que viví grandes momentos y la que no había visitado en los últimos años a pesar de los gratos recuerdos, grandes amigos y parte de mi familia. De hecho, fue uno de estos amigos quién sacó de su bolsillo la gran idea de subir al volcán Purace, uno de los íconos naturales más importantes en el Cauca, y al que yo jamás había visitado.

La propuesta en realidad sonaba muy bien, sobre todo para alguien que vive en una ciudad infestada de cemento y contaminación como Bogotá. Fue diciendo y haciendo, el viaje se fraguó con el alimento de las palabras de alguien que había hecho la travesía unos meses antes y deseaba darnos un tiempo de recogimiento espiritual con la naturaleza.
Al oírlo me pareció que todo era muy sencillo, pues ya había subido al Morro, a Monserrate, una que otra montañita que apenas se puede ver al amanecer, en fin, este no podría presentar mayor problema … ja… pobre de mí, no sabía con el monstruo al que me enfrentaba al aceptar esta invitación.
El día anterior al viaje seis éramos los aventureros ¡listos en paz y emergencia¡ como dirían por ahí. Sin embargo, no se hicieron esperar los comentarios acerca de la hipotermia y evitar dormir durante el trayecto pues se arriesga la vida, también que un sector del camino estaba minado y las incontables historias sobre los grupos armados que atacaban el sector, etc. Ahí aparecieron los primeros desertores, pero no importaba yo era “valiente como Pinocho” y lo anterior no me iba a correr. Afortunadamente por dichas advertencias, esa noche no me tomé un solo trago y me acosté temprano para evitar inconvenientes.

El día del viaje, desperté muy temprano; la adrenalina no me permitía pensar en más que el volcán y ¡oh¡ sorpresa, luego de varias llamadas apareció otro caído de guerra, una baja importante ya que era el alma del equipo, pero no importaba, debía seguir a mi destino, hacia dónde? aún no lo sabía pero destino al fin y al cabo.
Se hicieron los últimos ajustes pertinentes y arrancamos emocionados en el “carcachito” de un amigo. Cuatro pelagatos: Galvis, “extremo duro”; “el guamón”, despistado estudiante de ingeniería de petróleos sin necesidad de graduarse; Paola, “niña bien”, residente en la ciudad de México y yo, “el rolo” representante de la farsándula criolla del canal 13 de Bogotá.
Luego de aproximadamente hora y media, digo aproximadamente, porque dormí gran parte del trayecto, llegamos a nuestra primera parada: Pisimbalá y ahí “la base” del volcán en donde se encuentran los responsables de preservar el lugar para sus visitantes. Como buenos “pelaos” llegamos tarde y nos advirtieron que debíamos intentar no tardarnos pues no teníamos los accesorios para la caída de la noche. Noche…? Cómo que noche…? Cuánto tiempo nos iba a tomar ir y volver hasta este punto…? Qué ingenuo… definitivamente me bajaron con espejo para esta vaina.

Empezamos a subir como a las 10:30 de la mañana; lógicamente los primeros metros fueron los más duros, consecuencia de las noches de juerga anteriores al viaje. El aire se convirtió en una bomba de tiempo para mis pulmones hasta que logré tomar ritmo parejo y continuar. Primera hora de subida y se empieza a observar el paisaje del cual ya hacíamos parte, un día despejado acompañado por un sol único para el momento, verdes, verdes más claros, pastos altos, bajos y cuatro puntos de colores en el medio: nosotros.
Fue en ese punto en donde quise recordar todos los capítulos del profesor “Yarumo” o “Naturalia” para reconocer cada una de las plantas que a nuestro paso se levantaban imponentes y majestuosas, ratificando la belleza del paisaje natural más hermoso que yo nunca había disfrutado. Cómo supondrán, no recordé nada, pero de todas maneras teníamos a Galvis, estudiante de Biología, quién demostró que la platica de los semestres cursados no se perdió y nos ayudó a identificar algunas especies propias de un clima que a medida que sube en metros sobre el nivel del mar, el paisaje empieza a presentar tonos distintos a causa de la altura, sin dejar de ser maravillosos a la vista.

A medida que pasaba el tiempo y avanzábamos en el camino, el aire se tornaba cada vez más frío y denso, pero de alguna forma más cómodo de respirar. Supongo que era el que me hidrataba paso a paso.
Y como todo turista, no podía faltar la foto de cada cosa que llamaba la atención, las plantas de formas extrañas adquiridas por la presión del viento, las siluetas de las nubes, la cara de cansancio pero aún con esperanza de lograr llegar a la cima. Llevábamos cuatro horas caminando y apenas lográbamos ver la punta del volcán que se levantaba imponente dominando todo el entorno y yo ya estaba “mamado”, no valía un peso, por momentos me sentía como en la historia de los deportistas uruguayos cuyo avión se estrelló en medio de la nieve de los Andes.
Recordaba la espectacular película que nos aproximó palpitantemente a dicha odisea, con los muertos y los vivos devorando los cadáveres para sobrevivir… no, no, no, no, yo no nací para esto, debí haberme quedado durmiendo tranquilo en mi casa, debí haber salido a tirar bombitas de agua, disfrutar de las festividades patojas sin tanto esfuerzo, pero no, tenía que haber venido a pasar angustias a este volcán, que ni siquiera podía ver. Además, a decir verdad, las carnes de mis compañeros de aventura no es que sean las más provocativas…. ja…ja…ja..

Por fin llegó la hora del almuerzo… Descanso, faltaban unos pocos metros, pero según quienes ya habían estado ahí, los más duros de todo el camino por la pendiente y lo complicado del terreno, ya que son piedritas en donde se sube un paso y se devuelven tres, pero no importa, ya con algo de comida y agua en el cuerpo era suficiente para llegar.
El cansancio me venció de nuevo y apareció lo único que evité durante todo el ascenso: el sueño. No valió de nada ser un oso en hibernación las horas anteriores al viaje e inventar trucos para ponerles trampas a la somnolencia, porque ahí estaba el tan querido pero odiado sueño.
¡Ah¡ pero no bastó con eso, luego de unos minutos de descanso, empezó a bajar el primer grupo de gente que había llegado a la cima y entre ellos venía una señora con edad por encima del cuarto piso, con unos kilitos de más, junto a sus dos hijos, como de doce años los “güipas” y hasta perro llevaban, pero lo peor fue verlos felices, sin asomo de cansancio. Frescos y risueños nos animaron “ya casi llegan, háganle”.
Qué vida triste la mía, si ellos pudieron hacerlo, yo también tenía que hacerlo, ¡maldita dignidad!. No había salida, era subir o subir, así que me monté mis corotos y arranqué a un ritmo mucho más suave al que llevaba antes, pero apenas justo para llegar.
Y así fue, lo logré, llegué a la cima… Y… eso era todo? No veía absolutamente nada porque las nubes habían tapado todo por lo que subí. De cualquier modo quedaba la tranquilidad de que nadie me podía negar que lo logré, aunque no había absolutamente nadie conmigo, pues mis amigos se quedaron unos metros atrás, pero bueno al fin y al cabo llegué.
Al reunirnos, un poco desanimados, buscamos un lugar donde sentarnos a disfrutar el momento de grandeza y unos minutos después fue cuando sucedió lo mejor: las nubes desaparecieron como impulsadas por el soplar divino de los dioses que custodian el majestuoso Puracé y nos permitieron ver el destino final del camino que habíamos sufrido durante tantas horas. La inmensidad de la naturaleza en un sólo punto, el hermoso país del que nos quejamos día a día desconociendo porqué es tan valioso.
Eramos cuatro pobres mortales estupefactos frente a la imponencia de la naturaleza. No importó el cansancio, el frío, ni el hambre que pasamos… Por supuesto hubo un silencio cómplice, que nos hizo permanecer impasibles y respetuosos ante el cono mágico que nos mostraba las entrañas de su cráter misterioso y palpitante.
Fue un momento alucinante que pude ver reflejado en las pupilas de mis amigos, en una conversación de imágenes silenciosa y profunda. De verdad será inolvidable este momento.

Tristemente debíamos hacer caso a la advertencia, que por nuestro bien nos hizo el “cuidaparques”: volver lo más rápido posible. Tuvimos que dejar atrás ese momento de grandeza, para iniciar el descenso, que no contaba entre mis planes, fuera tan duro; recomendación para quienes suban al volcán: córtense las uñas de los pies, porque aunque no fue mi caso por decisión unánime entre los cuatro, eso pudo haberle dañado el viaje a cualquiera. Bajando nos encontramos de frente con el paisaje del cual no nos fijamos muy bien por la necesidad de llegar a la cima y de nuevo apareció el instinto turista y las cámaras no dejaron de disparar.
Luego, de nuevo el cansancio, el sol cayendo, la luna caminando sobre nosotros y aún no veíamos el final del camino. Aproximadamente tres horas duramos bajando hasta que por fin llegamos a “la base” descargamos todo lo que teníamos encima y se oyeron las primeras conclusiones del día: “qué chimba”, “precioso”, “lo mejor” y no podía faltar el “muy bonito y todo pero yo no vuelvo”, aunque luego me arrepentí de haberlo dicho, volvería mil veces más.
Fue duro, muy duro, pero sería mucho más difícil olvidar lo que sentí. Ahora puedo ser yo quién alimente el hambre de aventura en otros, de igual forma como lo hicieron conmigo, para hacer este viaje, que en realidad es mucho más que subir a un volcán, aunque creo que todos los recibimos de forma distinta, en mi caso prefiero callar y quedármelo o por lo menos tirar frases sueltas al aire como lo hice mientras recordaba una parte de la historia. Así que como dicen por ahí: Péguese la rodadita o en este caso la subidita.