jueves, junio 19, 2025
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El arte urbano, una discusión pendiente en Popayán

Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.

El reciente debate en Medellín por la decisión del alcalde Federico Gutiérrez de cubrir grafitis con mensajes críticos hacia el Estado ha reabierto una vieja discusión sobre los límites del arte urbano y su coexistencia con las normas y sensibilidades de una sociedad diversa. Los murales y grafitis son, por esencia, una forma de expresión política, social y cultural, cargada de subjetividades que polarizan, incomodan y, en ocasiones, desafían la idea misma de lo que es aceptable en el espacio público.

La administración de Gutiérrez ha justificado la medida argumentando que algunos de estos grafitis contenían mensajes que podían considerarse agresivos o molestos para ciertos sectores de la población. Pero, al hacerlo, también ha desatado preguntas fundamentales: ¿quién decide qué es ofensivo y qué es arte? ¿Es el espacio público un lugar para la absoluta libertad expresiva o debe ser regulado en función de ciertos valores colectivos? Y, sobre todo, ¿cómo garantizar que estas decisiones no se conviertan en censura?

El arte urbano, como cualquier forma de expresión artística, debería ser lo más libre posible. Es una herramienta poderosa para visibilizar realidades que de otro modo permanecerían ignoradas, para resistir y para construir narrativas desde las periferias y los márgenes. Sin embargo, la libertad no está exenta de límites. En un espacio público compartido, donde convergen múltiples sensibilidades, parece necesario trazar reglas claras: ¿dónde y cómo se puede hacer arte urbano? Esto no implica anular su esencia contestataria, sino buscar equilibrios entre el respeto al patrimonio, los valores comunitarios y la necesidad de expresión.

En una ciudad como Popayán, esta discusión es particularmente relevante. Las paredes blancas que definen el carácter colonial de nuestra ciudad son patrimonio de la Nación, un símbolo de identidad que, paradójicamente, las convierte en un lienzo tentador para el arte callejero. Mientras Medellín debate sobre el rol del Estado en la regulación del arte urbano, en Popayán seguimos sin abordar una conversación crucial: ¿qué lugar tiene el arte urbano en nuestra ciudad? ¿Cómo garantizar que nuestras paredes blancas sigan siendo emblemas de nuestra historia sin cerrar las puertas a nuevas narrativas artísticas?

Este es un llamado a iniciar un debate amplio, incluyente y participativo. La discusión no debe centrarse únicamente en prohibiciones o sanciones, sino en abrir espacios para que el arte urbano encuentre su lugar sin entrar en conflicto con los valores culturales y patrimoniales. ¿Por qué no aprovechar esta coyuntura para impulsar iniciativas que definan con claridad cómo convivir con esta expresión en nuestras calles?

En el fondo, la verdadera pregunta no es si el arte urbano debe existir, sino cómo lo integramos en nuestras ciudades. En el caso de Popayán, es hora de dejar de eludir el tema y empezar a trazar un camino que permita que nuestras paredes hablen, pero con un lenguaje que construya en lugar de destruir. ¿Estamos listos para dar esa discusión? Es hora de empezar.

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