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El colmo de la normalización: Un presidente en estado de ebriedad

Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.

La imagen del presidente Gustavo Petro el pasado jueves 12 de diciembre en Barranquilla es tan impactante como preocupante. Con dificultades para vocalizar, notoriamente alcoholizado, y en un estado que ningún líder nacional debería permitirse, el presidente se presentó ante el país. Y aunque este tipo de comportamientos han comenzado a normalizarse en su mandato, es necesario alzar la voz y recordar que lo que estamos presenciando es inaceptable. ¿Cómo llegamos al punto de tolerar que el máximo mandatario de la nación exhiba públicamente un comportamiento que denota falta de responsabilidad y autocontrol?

Lo que resulta aún más alarmante es la falta de vergüenza con la que el presidente abordó el tema. Declaró, sin reparo alguno, que para el año nuevo, luego del “guayabo”, se propone dejar los tragos fuertes porque le están afectando la gastritis. Estas palabras, que podrían parecer una broma desafortunada, reflejan una realidad dolorosa: Colombia tiene, hoy, un presidente borracho.

El problema no radica exclusivamente en el hecho de que Petro consuma alcohol, sino en las implicaciones que tiene su estado para el ejercicio de la presidencia. El país atraviesa un momento crítico en diversos frentes: el proceso de paz con el ELN está estancado, las comunidades en el Cauca y el Chocó siguen sufriendo los embates de grupos armados, la economía enfrenta desafíos estructurales, y la corrupción permea instituciones clave. En este contexto, se requiere un líder sobrio, tanto en el sentido literal como figurado, capaz de tomar decisiones acertadas y de liderar con el ejemplo. Pero, en cambio, tenemos a un mandatario que parece más ocupado en delirar en redes sociales, impulsado, quizá, por los efectos del alcohol, que en cumplir con sus responsabilidades.

El problema de fondo es la normalización. Hemos llegado al punto de justificar o, peor, ignorar conductas que deberían escandalizarnos. Los ciudadanos hemos aprendido a convivir con un presidente que prioriza sus caprichos personales sobre las necesidades del país. Las instituciones, que deberían velar por el cumplimiento ético y moral de los mandatarios, han permanecido en silencio. Y la opinión pública, atrapada entre el cansancio y la resignación, parece haber bajado la guardia.

Pero no podemos permitir que esto continúe. La presidencia de la República no es un espacio para la improvisación, la falta de control o el desdén por la responsabilidad que implica liderar un país. Colombia necesita un presidente que esté en sus cinco sentidos, no solo para dirigir, sino también para ser ejemplo. Cada acto del mandatario envía un mensaje al país y al mundo. Y el mensaje que Petro envió el 12 de diciembre es el de una nación liderada por alguien que ha perdido el norte.

Sería importante que el primer mandatario fuera a rehabilitación y, con ello, garantizar un cambio en su comportamiento por el beneficio del país. No se trata de atacar a una persona, sino de defender la dignidad del cargo más importante del país. No podemos permitir que el alcoholismo, la displicencia y la irresponsabilidad se conviertan en el nuevo estándar de la presidencia. La historia de Colombia merece algo mejor. Y nosotros, como ciudadanos, también.

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