Egresada de la Universidad del Cauca como Diseñadora Gráfica, es una patiana comprometida con el arte y la cultura

“Desde los tres meses viví en El Bordo, salida norte, en la vereda Puerto Nuevo, que hoy es un barrio. Estudié en una escuela llamada Escuela Rural Mixta Puerto Nuevo, que fue construida en un terreno que donó mi abuela Ulalia. Entré a los seis años a estudiar y ahí estudié hasta tercero de primaria y luego me fui a la Concentración Escolar Segismundo Zapata Ríos, escuela de niñas y después pasé al bachillerato en el Colegio Bachillerato Patía”.
La familia
“Mi abuela por parte de papá, era de la vereda Guayabal y tenía un negocio de comidas, primero en Guachicono y luego en la vereda Palomocho. Después compró en la vereda Puerto Nuevo, donde fue fundadora y allí montó su restaurante que era conocido como Doña Ulalia. El sancocho de gallina era el plato tradicional, incluyendo carne de cerdo. Era una de las grandes matronas de la región, reconocida y muy querida por la comunidad. La clientela de mi abuela eran los camioneros que transitan por esta región y lo manejó hasta el año 1987, fecha en que el restaurante pasó a ser de mi mamá. Mi mamá amplió el menú. Cuando yo era niña, no teníamos muchas posibilidades de meternos a la cocina, porque para mi abuela y mi mamá, la prioridad era que las niñas estudiaran y así lograr un mejor futuro y por eso mis habilidades culinarias no son tan fuertes. Era tan torpe que una vez le eché remolacha a un sancocho y quedó morado. Realmente sólo me dejaban ayudar a lavar los platos”.
Los estudios

“Estudié en la Universidad del Cauca en la Facultad de Artes Plásticas, de donde me gradué como Diseñadora Gráfica y estoy orgullosa y agradecida de ser egresada de esta querida institución, donde pude explorar y mejorar mis habilidades profesionales”.
“Yo siento que mi gusto por la pintura y la música, forman parte de una de mis encarnaciones, porque curiosamente, desde muy niña, pese a que no tenía ningún referente ni había en la familia, nadie que tuviera manifestaciones artísticas, me gustó la pintura y la música clásica. En mi casa y en mi niñez, no teníamos ni siquiera televisión, porque en la vereda no había luz. Yo tenía unos quince años cuando pusieron la luz y hubo televisor en casa. Había algo de la música clásica que siempre me atrajo y no entiendo, porque en el Patía, se escucha de todo, menos música clásica”.
“Siempre sentí ese llamado ancestral a la pintura y a la música clásica, en una percepción tan intima que me llamaba a pintar la naturaleza del Patía, sus paisajes, su cotidianidad. Luego fui aprendiendo otras técnicas para hacer retratos, pero me demoro muchísimo, porque me cuesta encontrar el alma en los ojos del retratado. Tengo que hacer un viaje a mi interior para descifrar los códigos del alma de quien retrato y poder plasmarlo a través de mis pinceles. Generalmente hago retratos de mujeres, pero debo tener una verdadera conexión con la persona y dejarlo definida en sus ojos. He pintado retratos de mi mamá y mi abuela, en los que he podido dejar en el lienzo, la esencia de su mirada. En los ojos está el espejo del alma de todos”.
“Soy zurda y a veces manejo de manera inversa los efectos de la sombra y la luz, que los noto, luego de tener el cuadro hecho y entonces me toca ordenar todo de nuevo en mi cerebro, para poder reacomodar las sombras y darle las texturas y los tonos correctos. El ser zurda me genera una visión diferente a los demás, para interpretar los planos y mapas que funcionan normalmente con efecto espejo”.
“Siempre he pintado los paisajes patianos, pero he vivido en otras regiones del Cauca, donde los colores y los tonos de la naturaleza son diferentes, lo que me motiva a pensar en que debo pintar esas nuevas policromías naturales del departamento. Sin embargo, creo que mi hábitat natural es El Patía y es donde me siento más cómoda frente a un lienzo montado en un caballete para llenar un vacío que permanece conmigo cuando no pinto los paisajes de mi tierra. Soy de atardeceres y de amaneceres, que finalmente para mí, son la vida y la muerte y que los transmito en los tonos naranjas y cálidos que me apasionan. Me gradué de mamá y luego tuve un espacio de crisis existencial cuando confronté los conceptos aprendidos en la universidad y las realidades frente al caballete y el lienzo en blanco, y entonces decidí pintar paisajes patianos”.
La pintura

“He podido hacer varias exposiciones, hice una cuando existía el Banco del Estado, con unos veinte paisajes patianos, cuyo curador fue el maestro Rodrigo Valencia, que además fue mi profesor en la universidad. Después hice otra exposición que se llamó “Leve Edad, Las estaciones en la vida humana”. La otra colección es sobre violencia entre mujeres que son sometidas a las diversas manifestaciones de violencia en su contra. La monté en El Bordo y además me sirvió para la tesis de mi carrera. He pintado tres colecciones que son prácticamente el resumen de mi vida artística como pintora. Yo necesito tener una gran conexión interior con los temas que pinto, para lograr mi armonía sensorial y solo así puedo trabajar. Nunca he pintado pensando en la parte comercial, aunque obviamente he vendido gran parte de mi obra, pero esa no es la razón por la que pinto”.
“Yo tuve una muy bella relación con mi madre, aunque ella en muchas ocasiones quería limitar mis posibilidades de tener mi propia voz y me decía que no debía ser grosera, en momentos en que yo defendía mis criterios o mis convicciones. Yo, en mi defensa, le decía que para eso ella me había puesto a estudiar, para que tuviera criterio y mi propia manera de interpretar el mundo y defender mis ideas. Sin embargo, ella insistía en que yo debía callarme en ciertos momentos. Fue una eterna lucha entre las dos, pero siempre con el respeto por encima de todo”.

“Cuando mi madre murió, mi proceso de duelo me llevó a pintar su retrato, y eso duró dos años; fue una especie de catarsis para sanarme. Me abstraía tanto en esos momentos en que pintaba, que en una ocasión mi hijo Alejandro, me dijo “quisiera irme al último rincón del mundo”… eso me asustó y preocupada le pregunté qué pasaba. Me dijo “mamá, es que cuando pintas, tu no estás”. Y eso es cierto, cuando me concentro en mi trabajo, puedo perder la dimensión del tiempo y del espacio, ese es mi mundo y puede ser que dure ocho o diez horas con los pinceles en la mano y solo avance un centímetro de la pintura, pero no me importa, no tengo prisa, para mi lo importante es que sienta el momento y tenga la motivación interior para pintar”.

“La relación con mi abuela Ulalia, fue muy especial; ella era muy espiritual y además era sana-dora; tenía el don de curar a través de los secretos, rezos y un vasito de agua. Era asombroso cómo ella curaba a muchas personas y más asombrosa la manera en que reaccionaban quienes eran curados. Ella no cobraba y la gente le regalaba cosas. Eso para mí era mágico, ver como una señora llegaba con muletas y sin poder caminar y la fuerza de la energía sanadora de mi abuela les permitía irse con las muletas al hombro y caminando sin más ayuda que la fe y la alegría. Mi abuela me enseñó algo de su sabiduría ancestral para sanar a otras personas, pero honestamente a mí no me gusta. Por eso no lo hago. Actualmente soy docente en Santander de Quilichao y los tiempos cada vez son más cortos para mi dedicación a la pintura, pues los quehaceres de la casa, mi hijo y mi cotidianidad, prácticamente me mantienen muy ocupada. Sin embargo, ahora, también estoy escribiendo, acometiendo poesía. Estoy haciendo una transición de la pintura a la poesía, pero finalmente siento que de las dos maneras puedo expresar mis sentimientos y terminan complementándose. Me siento cómoda en ambos espacios y lo que no puedo pintar lo escribo y lo que no puedo escribir, lo pinto”.
“Mi poesía no habla de mi sexualidad, ni de mi cuerpo, ni de arrebatos ni de pasión, que es como el tema recurrente de lo que escriben las mujeres negras. No… yo escribo del paisaje, del amor, del desamor, de la vida, de la soledad, pues son una mujer extremadamente solitaria, a veces siento que soy como extraterrestre. Tengo una exposición que se llama “Alzeimer” que combina los elementos de pintura y escritura, con eventos personales y generales que sucedieron durante la pandemia, en tiempos que me tocó afrontar absolutamente sola el encierro obligatorio, pues mi hijo no estaba conmigo cuando apareció el covid. Ahora trabajo también el tema de la fotografía. Somos una sumatoria de tantas humanidades y a veces tomamos cosas que no son las más apropiadas y por eso nos equivocamos. Tenemos una educación atravesada por el catolicismo y olvidamos que el sincretismo religioso que gravita en nuestras vidas, tiene elementos africanos, indígenas, mestizos, etc., los cuales tie-nen diversas maneras de ver el mundo y todas son válidas y deben ser respetadas”.
“Alguna vez me leyeron la carta astral y quien lo hizo me dijo que yo era un espíritu muy antiguo y pienso que sí, siento que vengo de una región del África y toda la vida he estado convencida de ser la reencarnación de una princesa africana. Soy asesora de amores, pero los míos me vuelven un ocho. Tuve una relación que me dejó un hermoso hijo, que es mi versión femenina, tiene memoria prodigiosa, es un gran lector y toca violín, nos parecemos tanto que chocamos mucho. Mi mundo lo he construido pensando en el momento en que se vaya y estoy preparándome para eso”.
En el tema de los amores, decidí no tener a quien molestar ni quien me moleste. Si tuviera que nacer de nuevo y qué haría con mi vida, creo que fácilmente podría ser hippie, mochilera, caminante del mundo y además me gustaría ser sanadora. Así que como todavía me quedan un par de reencarnaciones, eso puede ser posible”.