Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.
El 10 de diciembre de 2024, el Congreso de Colombia aprobó en último debate la denominada “Ley contra el Ruido”, una iniciativa liderada por el representante Daniel Carvalho Mejía, que busca establecer una política de calidad acústica en el país, unificando y actualizando las normativas existentes sobre contaminación sonora.
Sin embargo, para que esta ley entre en vigor y cumpla su propósito, es imperativo que sea sancionada por el Presidente de la República y que se reglamenten sus disposiciones, definiendo claramente las responsabilidades de las autoridades y los mecanismos de control y sanción.
En ciudades como Popayán, donde la contaminación acústica ha sido una constante que afecta la calidad de vida de sus habitantes, la implementación de esta ley es una necesidad apremiante.
La falta de regulación efectiva ha llevado a que quienes alzan su voz contra el ruido sean estigmatizados como personas molestas, problemáticas o incluso antisociales.
Esta percepción errónea ignora que el derecho al silencio y a un ambiente tranquilo es fundamental para la salud y el bienestar de todos, especialmente de nuestros adultos mayores, quienes son particularmente vulnerables a los efectos nocivos del ruido excesivo.
El ruido constante y desmedido no solo perturba el descanso y la tranquilidad, sino que también tiene consecuencias graves para la salud, como el aumento del estrés, trastornos del sueño, problemas cardiovasculares y deterioro cognitivo.
Nuestros adultos mayores, que han dedicado su vida al desarrollo de nuestra sociedad, merecen disfrutar de una vejez en paz, sin que su bienestar sea comprometido por la falta de consideración y la ausencia de normativas claras que regulen la contaminación acústica.
La sanción y reglamentación de la Ley contra el Ruido permitiría establecer responsabilidades precisas y dotar a las autoridades de las herramientas necesarias para controlar y sancionar las emisiones sonoras que excedan los límites permitidos.
Esto no solo favorecería la convivencia, sino que también promovería una cultura de respeto y consideración hacia el prójimo, reconociendo que el bienestar colectivo prevalece sobre intereses individuales que afectan negativamente a la comunidad.
Es fundamental que como sociedad comprendamos que el silencio y la tranquilidad no son un lujo, sino un derecho. Nuestros adultos mayores merecen vivir sus días en paz, sin que el ruido les robe la tranquilidad que tanto anhelan y merecen.