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In memoriam de Alina Sarria

CARLOS E. CAÑAR SARRIA – carlosecanar@hotmail.com
El pasado domingo 11 de mayo, el Día de la Madre, muere Alina Sarria, nuestra querida madre, una sencilla y bondadosa mujer que siempre le caracterizó el amor en todo lo que hacía; de corazón generoso hizo que quienes tuvieron la fortuna de conocerla y tratarla, la quisieran de manera especial: hijos, nietos, bisnietos, vecinos, allegados, hermanos, sobrinos, etc., todo en ella era alegría y amor. A todos sus hijos nos quiso siempre igual, así algunos pensáramos equivocadamente, que éramos su hijo preferido. En verdad, todos sus hijos, nos hemos sentido los preferidos del amor entrañable de esta sencilla mujer, llena de virtudes. Su inmenso amor hacia mi padre y hacía todos sus hijos, servirá de paradigma y sostén moral en épocas aciagas, para darle sentido a nuestras vidas, sobre todo en momentos en que la desazón y la incertidumbre pareciera que nos abrazaran el corazón.

A continuación, transcribimos las palabras de despedida en homenaje a su abuela, de mi hijo, Carlos Alejandro Cañar:

MUJER DE LUZ

Precisamente el día de la madre, Dios te invitó a que viajaras con Él al paraíso.

Este es un homenaje lleno de amor, profunda admiración e inmenso respeto a la memoria de la señora Alina Sarria de Cañar, una mujer cuya vida fue ejemplo de dedicación, nobleza y profundo amor familiar y social. Madre ejemplar, esposa admirable y compañera incondicional, entregó su existencia al cuidado del hogar y a la formación de sus hijos, extendiendo su cariño y abrigo también a nietos y bisnietos, guiándonos a todos con su corazón generoso, noble y lleno de valores humanos inquebrantables.

Con dulzura, alegría entusiasta y espíritu sereno, vivió como dama ejemplar. Hermosa mujer cuya presencia y generosidad se ganaba la admiración de quienes tuvimos la fortuna de compartir con ella. Mujer de lucha constante, ejemplo de fidelidad y entrega a su hogar, a sus hijos y a su esposo —mi abuelo—, ahora entiendo por qué se convirtió en su motor de vida. Los recuerdos que nos deja evocan ese amor inquebrantable e inseparable, que perdura en el tiempo, que no se rinde ante las crisis ni las dificultades, de ese amor que trasciende a la eternidad… ese amor que hoy en día es muy escaso, que no tiene precio, que entrega todo sin esperar nada a cambio, que no abandona, amor sincero e incondicional.

Eras del tipo de mujer que todo hombre bueno anhela, la que brinda luz en la oscuridad, fortaleza y guía en caminos tortuosos y desconsolados, soporte que da estabilidad y firmeza, con espíritu luchador, eras del tipo de mujer de la cual te aferras como regalo divino para enfrentar las tormentas y las amarguras de la vida. De esas mujeres divinas que prefieren su familia, manteniendo intactos sus principios antes que lo material, que dan calor humano con su presencia, desplegando su energía como destello de su esencia, oxigenando con su vida al hogar; de brazos extendidos, llenos de amor para colmar de esperanza y darle sentido a la existencia. Llenaste nuestra vida de ilusión y motivación. Tu ímpetu inagotable para brindar paz y bienestar a tu familia, haciéndose necesaria e inolvidable.

Abuela, no sólo fuiste el centro del hogar, sino también la raíz de un legado que florece con generosidad hasta tus nietos y bisnietos, quienes hoy te recordamos con gratitud y honramos tu memoria, llevando en nuestra sangre y en nuestro camino la fortaleza y el amor que sembraste.

Fuiste una mujer, capaz de romper las cadenas de las almas atormentada por odios y rencores, para transformar con amor la vida de quienes tuvimos la fortuna de conocerte. Hasta en tus últimos días pensaste más en nosotros que en ti misma, preocupándote por nuestro bienestar incluso mientras tu existencia se extinguía.

No eras de juzgar a nadie por sus acciones, más bien, escuchabas y orientabas; tus hijos se acercaban con total confianza, sabiendo que en ti encontrarían una confidente, un apoyo sincero a sus inquietudes y angustias; tenían la certeza de encontrar esperanza en momentos de tristeza y desolación. Amaste incondicionalmente y convertiste los momentos de crisis en consuelo y fortaleza para seguir adelante, acogiendo a todos con protección y ternura. No dejaste más que gratitud, especialmente en nosotros, tus nietos, que vimos cómo brindabas refugio a tus hijos, a sabiendas que nosotros no podríamos causar el mismo efecto.

Tu emotiva sensibilidad reflejaba tus bellos sentimientos; tu espontaneidad y alegría emanaban desde tu alma, contagiando con emoción todos los momentos especiales que compartíamos en familia.

Aunque tu presencia física ya no está con nosotros, tu esencia vive en cada uno de los que te amamos sinceramente. Tu vida fue un regalo de Dios que hoy te acoge en su grandeza, al lado de mi abuelo.

Ya te has convertido en un bello recuerdo luminoso, que trasciende el universo, convertido en una estrella con luz propia, profunda y eterna, que ahora brilla en el firmamento en medio de la inmensidad.

Descansa en paz, querida madre, abuela, mujer ejemplar y eterna. Tu legado de amor perdurará por generaciones, extendiéndose hasta el infinito. Adiós abuela, la que nunca desampara, la que nunca se marcha, la que nunca abandona.

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