Por: Sebastián Silva-Iragorri
Cuando estudiamos e investigamos a fondo un tema histórico nos duele de verdad escuchar tergiversaciones intencionales, acomodaticias Y engañosas con fines electorales. Escuché el 1 de mayo apartes del discurso del presidente en la Plaza de Bolívar en Bogotá y sus palabras en la radicación en el Senado de la petición de Consulta popular con sus respectivas preguntas y me dolió de verdad registrar la desinformación que dio sobre la Constitución de 1886 que quiéranlo o no hace parte principal de nuestra historia. Para entender bien el origen de esta Constitución de 1886 hay que remontarse a la guerra desatada contra el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez presidente de Colombia en ejercicio en 1861, guerra en que murió mi bisabuelo Angel María de Silva y Vergara defendiendo el gobierno con Francisco Antonio Mallarino y el senador Juan José Hoyos. El triunfo de los rebeldes significó la implantación de la Constitución de 1863 que nunca se acomodó a la idiosincrasia nacional y produjo varias guerras civiles entre los Estados federados y un desorden en la organización estructural de la Nación. Debido a esto, Núñez y Caro, triunfadores de la guerra de 1885, gritaron a los 4 vientos que la Constitución de 1863 dejaba de existir y convocaron a todo el País a redactar una nueva Constitución que interpretara a toda la Nación y así se hizo. La Constitución de 1886 duró 105 años hasta 1991 en que se aprobó una nueva Constitución. Desconocer o menospreciar una Constitución que duró con algunas reformas 105 años y que trajo paz y unidad a la Nación es un despropósito y una tergiversación histórica de perversa intención. Una Constitución de más de un siglo de duración no puede ser borrada de la historia por un incendiario y populista discurso presidencial al cual le faltó un minuto de silencio en honor a los soldados y policías asesinados en esos días.
Otra historia mal contada es la de posar de demócratas y amantes de la libertad e igualdad, pero con sus actos desconocer en la realidad esas manifestaciones saliendo a relucir el verdadero propósito o pensamiento ideológico y sectario. Aún resuenan las palabras del presidente en la plaza de Bolívar el 1 de mayo cuando afirmó que si el Senado no aprobaba su propuesta de Consulta los Congresistas debían ser revocados y que publicaría sus nombres para que satanizados no tuvieran votos en las urnas. Esto es un totalitarismo pleno, una negación de la separación de poderes y un abuso de autoridad con desafío grave a la libertad de decisión. El Congreso quiere ser avasallado por la obsesión presidencial. Es ni más ni menos la supresión del Congreso deliberativo e independiente, con el poder de legislar con autonomía y objetividad. Cuando se desconoció el resultado del Plebiscito no escuchamos jamás a Petro protestando por la violación de la voluntad soberana del pueblo. Parece entonces que esa apelación oportunista al pueblo ahora sea solo una burda estrategia electoral sin autenticidad ni verdad.
Otro mal es la brusca desinformación que manejan ciertos periodistas que confunden sus sentimientos personales con las realidades del mundo y de su poder. Leerlos es un martirio mental pues allí en esas columnas no respetan el pensamiento de los demás, quieren imponer sus criterios sin discusión, insultando y agraviando a quienes puedan pensar diferente. Esta práctica está muy difundida y lo más grave es que estos totalitarios de la pluma son los que más posan de demócratas y libertarios con una falsa e hipócrita conducta. Es necesario manifestar las propias ideas con decencia y altura respetando a todos los que piensen distinto, ese es el verdadero valor que Colombia debe rescatar y no caer en los bandazos de la ideología personal tratando de ser impuesta a los demás.
Invito al rescate histórico, objetivo e imparcial, narrado con toda la ética y el respeto por los demás. Invito a ese mundo ideal que ojalá podamos algún día conquistar.
