Walter Aldana Q.
Decimos los católicos que el único que tiene derecho a definir sobre la vida de los seres humanos es Dios. Por ello duele tanto en el alma la pérdida de vidas que se ha vuelto tan “natural” y sólo son una noticia más.
En la mañana del primero de mayo, día internacional de los trabajadores, en Miranda, Cauca, mientras se desplazaba en motocicleta y con un megáfono invitaba a los moradores a salir a la marcha por la consulta popular en apoyo a los temas que contenía la reforma laboral hundida en la comisión Séptima del Senado, con disparos segaron la vida del compañero Luis Alberto Peña, miembro del Pacto Histórico.
Sander Alexis, quien fuera nuestro candidato a la alcaldía, con lágrimas en los ojos, me dio la triste noticia mientras marchábamos en Popayán con estas palabras: “Asesinaron a quien fuera mi guardaespaldas en la campaña a la alcaldía, un guardaespaldas que no tenía un arma, tenía nada más y nada menos que su vida y su amor por la amistad y por el proceso para defenderme y protegerme… vuela alto querido compañero Alberto Peña”.
En desarrollo de un terrible plan pistola, el pasado sábado 26 de abril, fue asesinado Víctor Manuel Sánchez, patrullero en el municipio de Suárez, mientras prestaba guardia en la garita de la estación de policía.
Y no quiero parecer un notario para dar fe, ni sumar y hacer cuentas. No quiero convertir a Luis Alberto y a Víctor Manuel en frías cifras que esta maldita guerra va dejando para que los llamados “violentólogos” y las redes de derechos humanos y ONG presenten sus informes anuales sin que nada pase, en un país donde los índices de impunidad escandalizan a la comunidad internacional. Porque a nosotros ya ni asombro nos produce, es una noticia más, como el periódico de ayer. En definitiva, es la expresión de la deshumanización de la sociedad.
¿Será que nuestra sociedad cree que porque cada persona asesinada tiene quien la llore nos importa cinco cada muerte violenta? Quizás cuando la muerte toque a nuestra puerta nos preguntaremos por qué razón los demás no hacen nada, para por lo menos, recuperar la capacidad de asombro y de dolor y tal vez se genere la solidaridad que se requiere para pensar colectivamente en reaccionar como sociedad, como nación.
