Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.
La audiencia de imputación de cargos contra el exalcalde de Medellín, Daniel Quintero Calle, por presuntas irregularidades en el caso Aguas Vivas, es mucho más que un trámite judicial. Es, sobre todo, un recordatorio del peligro de construir poder desde la simple contradicción y no desde la capacidad de transformar.
Quintero fue, para muchos, una esperanza. En una ciudad marcada por la influencia del expresidente Álvaro Uribe Vélez, su candidatura representó para un sector de la ciudadanía la posibilidad de una ruptura. El mérito de ser “el contradictor” bastó para conseguir una base electoral sólida, especialmente entre quienes anhelaban un cambio de rumbo. Y es ahí donde empieza el problema: cuando se construyen liderazgos en función de lo que no se es, sin detenerse a mirar con claridad lo que verdaderamente se propone o representa.
La imputación que hoy enfrenta Daniel Quintero pone en evidencia que detrás de los discursos disruptivos y las narrativas polarizantes también hay seres humanos de carne y hueso, con intereses, decisiones y, en muchos casos, agendas profundamente cuestionables. Las investigaciones no deben prejuzgar, pero sí deben alertarnos. No todo el que se presenta como “el cambio” representa una transformación auténtica.
Durante su administración, Quintero consolidó una narrativa que dividía la ciudad entre quienes querían avanzar con él y quienes, según él mismo afirmaba, eran “enemigos del cambio” por no compartir su visión. Esa idea, reproducida luego por el presidente Gustavo Petro a nivel nacional, ha servido para justificar errores, ocultar negligencias y desviar el foco de la gestión hacia el terreno de la confrontación política permanente.
Y mientras tanto, en Medellín, muchas decisiones administrativas habrían terminado beneficiando a sectores privados en condiciones cuestionables, como hoy investiga la justicia. La estrategia de gobierno se resumió muchas veces en comunicar, señalar y acusar, sin necesariamente construir soluciones concretas a los problemas reales de la ciudad.
El caso Aguas Vivas —donde se investiga un presunto favorecimiento a particulares con la modificación del uso del suelo y el avalúo de un predio público— es apenas un ejemplo del tipo de decisiones que pueden tomarse cuando el respaldo popular se obtiene más por la identidad del contradictor que por la calidad del proyecto político. Y es esa lógica la que debemos revisar a fondo.
Las transformaciones verdaderas no se edifican desde el odio ni desde la oposición por sistema, sino desde la integridad, la transparencia y la capacidad de resolver. En un país como Colombia, tan necesitado de cambios estructurales, no basta con enfrentar al poder tradicional. Hay que demostrar que se puede gobernar mejor.
Ojalá esta imputación, y las que puedan venir si hay mérito, sirvan como advertencia a quienes buscan construir futuro desde la orilla de la oposición sin revisar qué es lo que están poniendo en juego. Que los votantes —en Medellín y en todo el país— entiendan que las banderas del cambio no son excusa para administrar mal, ni licencia para actuar por fuera de la ley. Porque detrás de cada máscara de oposición, hay siempre una realidad que termina saliendo a la luz.