Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal
Imagínese viéndolas reunirse, compartiendo conocimientos, mirándose unas a otras con esa complicidad de quien sabe que no está sola. Imagínese escucharlas hablar de café, de aguacates, de tilapia, pero también de sueños, de independencia, de la voluntad inquebrantable de construir un futuro distinto. Mujeres de Piendamó, Caldono, Buenos Aires y Popayán que llevan el peso de la tierra en sus manos y el de la historia en sus espaldas, que no piden permiso para trabajar, que no esperan que alguien les resuelva la vida. Son ellas quienes la labran, la cosechan y la dignifican.
El proyecto Raíces, Mujeres Sembradoras del Cambio no es un programa más. Es una declaración de principios. Es la afirmación de que el trabajo de las mujeres rurales vale, importa y transforma. Con el acompañamiento de ONU Mujeres y de quienes creen en una economía más justa, estas mujeres no solo están cultivando productos sostenibles; están cultivando su autonomía, su derecho a decidir sobre su destino, su acceso a un mercado que, por siglos, les fue vedado.
Imagínese viendo a una de ellas registrar su marca, abrir nuevos mercados, negociar precios justos. Imagínese la satisfacción en sus rostros al ver que su esfuerzo recibe el valor que merece. Esto no es caridad ni una moda de empoderamiento en discursos vacíos. Esto es justicia. Justo es que tengan el conocimiento para mejorar sus procesos, para acceder a espacios de comercio donde su trabajo sea reconocido como lo que es: un motor de desarrollo.
Durante demasiado tiempo, las mujeres rurales han trabajado sin que el mundo las vea. Su labor ha sido invisibilizada, reducida a un simple complemento del hogar o de la economía familiar. Pero lo que Raíces deja en claro es que ellas no son auxiliares de nadie. Son lideresas, empresarias, guardianas de la tierra y de la vida. Y lo han sido siempre. Lo que faltaba era que se reconociera su papel fundamental en el desarrollo del Cauca y del país.
A estas mujeres no les hace falta ni voz ni valentía. Lo que les ha faltado, por años, es que el mundo deje de ignorarlas. Imagínese un futuro en el que sus nombres sean conocidos, en el que sus productos sean buscados, en el que su trabajo sea valorado no solo por ellas mismas, sino por una sociedad entera que entienda que sin ellas no hay campo, no hay alimentación, no hay futuro. Imagínese un Cauca en el que cada mujer que siembra también coseche oportunidades.
No es una utopía. Es una posibilidad real que está ocurriendo aquí y ahora. Gracias a ONU Mujeres y a muchas organizaciones que creen en el poder de la equidad, el camino está trazado. Ahora, lo que queda es asegurarnos de que sea un camino sin retorno. Un camino en el que las mujeres rurales no tengan que imaginar justicia, porque ya la estén viviendo. Porque no siembran solo café, tilapia o hortalizas. Siembran esperanza. Siembran dignidad. Siembran futuro.