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Sobre la paz y el buen trato

CARLOS E. CAÑAR SARRIA – carlosecanar@hotmail.com

Lo contrario de la violencia es la paz. La paz es el principal síntoma de una sociedad feliz, así como la violencia es el principal síntoma de una sociedad enferma.

Platón considera que la felicidad está en el bienestar del alma. Agrega que si pretendemos la consecución de una sociedad feliz debemos comprometernos en convertirnos en hombres virtuosos. La virtud es el camino del bien.

En un país como el nuestro donde históricamente ha sido constante la violencia, la intolerancia, el odio, la violación sistemática de los derechos humanos, la exclusión en todas sus expresiones, resulta oportuno que todos resaltemos la paz como valor fundamental en la construcción de una Nación, que sea civilizada, donde reine la armonía, la concordia, el respeto y consideración al otro.

Los conflictos son inevitables en toda sociedad. Es más, son necesarios porque producen cambios. Respetar las diferencias y buscar acuerdos mediante el diálogo y la concertación es la vía civilizada de resolución de conflictos.

El buen trato y la consideración al otro nos dignifica como seres humanos. Desde la Antigüedad lo conciben muchos filósofos, muchas religiones y constituciones políticas en el mundo. La tesis confucianista de “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan” debe convertirse en un imperativo categórico. Tenemos que medir nuestras palabras y acciones con respecto al trato con las demás personas.

La paz no es sólo responsabilidad del Estado y de los grupos armados ilegales. La paz es un derecho y un deber que exige el compromiso de todos los colombianos. Nuestra Constitución Política así lo estipula en el Artículo 22: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”.

La falta de entendimiento entre los colombianos nos conduce a recordar la preocupación nostálgica de Simón Bolívar cuando afirmaba que “en cada colombiano hay un país enemigo”. Una democracia moderna no puede edificarse sobre los muros del odio y la descalificación oprobiosa de los adversarios. Por lo tanto, qué bueno sería poderle demostrar al inmortal Bolívar y al mundo entero que sí es posible encontrar en cada colombiano un país amigo. Y al tiempo hacer efectiva la tesis de Montesquieu registrada en “El espíritu de las leyes”: “Los seres humanos no sólo hemos nacido para vivir juntos, sino también para agradarnos”.

Los ensombrecidos momentos por los que atraviesa el país bajo una reinante polarización de la sociedad estimulada por los medios de comunicación y las redes sociales, nos lleva a recordar también, al Papa Francisco cuando visitó nuestro país. Vino a fortalecer los cimientos de una cultura de la paz, a unir y apretar las manos para que todos los colombianos la construyamos; dejar atrás la cultura del odio, de la violencia, de la venganza y del agravio. Por los lugares que visitó ese fue su mensaje de paz y de esperanza ante un pueblo atribulado por las violencias, por la exclusión y el odio.

Después de los acuerdos de paz y después de la visita del Papa Francisco, los retos que tenemos los colombianos son enormes y significativos: construir juntos la esquiva pero posible reconciliación nacional, dejando atrás el mal pasado para pensar en el bien venidero. Construir tejido social sobre la base de la solidaridad, la equidad y la justicia social, lo cual presupone hacer efectivos los derechos políticos, pero también los derechos sociales y económicos, que impliquen apertura política y una lucha frontal contra la miseria y la pobreza.

Ya es tiempo de dejar atrás un país escindido por el egoísmo, la violencia y la intolerancia para darle rienda suelta a un país donde quepamos todos y actuemos todos como buenos vecinos. La cultura de la paz debe comenzar en los escenarios de la vida cotidiana: en el hogar, en el barrio, en la calle, en la escuela, en la universidad, en la Iglesia, en el trabajo, etc.

Aprovechamos este espacio periodístico para lamentar la muerte violenta del senador, Miguel Uribe Turbay; hechos repudiables como este, lesionan los cimientos de una cultura de la paz y desdicen mucho de las garantías que debe caracterizar una democracia moderna. Este tipo de acontecimientos no tienen por qué repetirse y deben desterrarse de nuestro país. Nos solidarizamos con su familia. ¡Paz en su tumba!

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