sábado, septiembre 13, 2025
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No son tiempos de tibieza, un fantasma recorre Colombia

Juan Pablo Matta Casas

Un viejo fantasma vuelve a rondar la política colombiana. No es un espectro literario ni un eco de los años setenta: tiene rostro, voz y apellido. Se llama Iván Cepeda. Su precandidatura presidencial no es una sorpresa menor; es la encarnación misma de la paradoja nacional. Porque al mismo tiempo que representa la continuidad más fiel del proyecto de Gustavo Petro, se convierte en el adversario más nítido que podría unir al centro y a la centro derecha. Ante él no caben medias tintas ni refugios de comodidad: la contienda es clara, binaria, definitiva.

En Colombia solemos quejarnos de la confusión política, de la dispersión de nombres y discursos, de la falta de coherencia en la oferta electoral. Pero Cepeda, con su entrada en el escenario, despeja de golpe la ambigüedad. No es un reformista tibio ni un pragmático de ocasión: es el guardián ideológico de Petro, el heredero más disciplinado de su radicalismo, el portador de un marxismo que ya no se disfraza en promesas de cambio gradual, sino que se ofrece sin tapujos como alternativa de poder.

Quien lo observe con detenimiento verá que Cepeda no es solo un senador combativo: es un militante de convicción. En su trayectoria política no hay gestos hacia el centro, ni concesiones al pluralismo, ni señales de apertura hacia quienes piensan distinto. Es, más bien, la encarnación de una idea fija: la historia como lucha de clases, la política como antagonismo, la economía como botín del Estado.

Y sin embargo, ahí mismo está su fragilidad. Porque su candidatura equivale a un referendo: o se ratifica el proyecto marxista en la Casa de Nariño, o se abre paso una alternativa democrática que devuelva la confianza y la libertad. En esa polarización se esconde la gran paradoja: el candidato más sólido del petrismo puede ser, al mismo tiempo, el mejor escenario para que la oposición se unifique.

¿Qué ocurriría con la caficultura si un gobierno marxista decide controlar los precios, intervenir los mercados y sustituir la iniciativa privada por un aparato estatal obeso e ineficiente? ¿Qué destino les espera a los ingenios azucareros del norte del Cauca, que generan empleo y sostienen comunidades enteras, si son vistos como enemigos de clase a los que hay que desmontar? ¿Cómo resistirán los mercados campesinos de Silvia, de Morales o de El Patía, si la producción se convierte en un engranaje sometido a la desconfianza ideológica del poder central? Aquí la política no es un debate teórico: es la diferencia entre la prosperidad y la ruina, entre la vida y la muerte.

El Cauca sabe bien lo que significan los experimentos ideológicos: aquí, más que en ninguna otra región, la radicalidad siempre se paga con sangre y con atraso. Por eso la sola posibilidad de un gobierno inspirado en la lógica marxista debería encender todas las alarmas. La paradoja, sin embargo, no es solo un problema: es también una oportunidad. La presencia de Cepeda en la contienda obliga al centro y a la centro derecha a definirse de una vez por todas. Ya no hay lugar para la nostalgia del pasado, ni para los personalismos que fragmentan. El adversario está claro, y el riesgo es evidente.

Si estos sectores logran superar sus diferencias, articular un relato fresco y propositivo, y ofrecer al país una alternativa moderna de desarrollo, Cepeda será más un catalizador que una amenaza, ya que la oposición tiene la posibilidad de presentarse como la voz de la sensatez, de la institucionalidad, del progreso.

En otros momentos de la historia de Colombia, los extremismos obligaron a que los sectores democráticos se reagruparan. Ahora, con la figura de Cepeda, se repite la misma encrucijada: o se cae en la tentación de un proyecto ideológico que reduce la política a resentimiento, o se construye una Colombia capaz de reconciliar la libertad con la equidad, la empresa con la justicia, la modernidad con su memoria histórica.

El fantasma que recorre Colombia tiene nombre propio. Y no son tiempos de tibieza. El centro y la centro derecha tienen frente a sí la oportunidad, y la obligación, de enfrentarlo con inteligencia. De lo contrario, lo que hoy es una paradoja puede convertirse en una pesadilla.

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