Por Juan Cristóbal Zambrano López
En la política colombiana, pocos nombres cargan con tanto simbolismo como el de Miguel Uribe Turbay. No por ser simplemente un político joven que ha escalado rápidamente en las estructuras de poder, sino por la tragedia personal que marcó su vida desde los primeros días: el asesinato de su madre, Diana Turbay, en una operación fallida del Estado colombiano mientras era rehén del narcotráfico en 1991. Tenía apenas cinco años.
La historia de Miguel Uribe no puede entenderse sin ese dolor originario. Es una historia que mezcla el privilegio de una cuna política (nieto del expresidente Julio César Turbay Ayala) con el trauma de una pérdida irreparable. Y es, precisamente, esa dualidad la que ha definido su carácter público: un hombre formado entre la tradición liberal y los ideales de seguridad democrática, entre el dolor de una madre periodista víctima de la guerra y la necesidad de construir un país distinto al que se la arrebató.
Muchos han intentado descalificar su carrera política como resultado del “enchufe” o el apellido. Sin embargo, su recorrido no ha sido accidental. Fue el secretario de Gobierno más joven de Bogotá, y desde allí promovió debates incómodos sobre la seguridad urbana, el orden institucional y la necesidad de una administración eficaz frente al caos. Hoy, como senador del Centro Democrático se ha consolidado como una voz conservadora, con posiciones firmes en defensa del orden, la legalidad y la libertad.
A muchos puede gustarles o no su discurso, pero Miguel Uribe representa una generación de líderes que han tenido que cargar con más de lo que parece: el peso de la sangre, el eco de los silencios familiares, las preguntas sin respuesta. No es fácil crecer sabiendo que tu madre murió porque el Estado no supo cómo salvarla. No es fácil construir un proyecto político cuando todo lo que haces es comparado con lo que tu apellido representa.
Y sin embargo, ahí está. Con sus aciertos y errores, con sus posturas polémicas y sus batallas ideológicas, ha demostrado que no es solo “el hijo de”, sino un político que ha decidido, para bien o para mal, escribir su propia historia. Desde el Senado, ha defendido la libertad económica, la propiedad privada, el derecho a la seguridad y la institucionalidad. Su apuesta es clara: evitar que otros niños crezcan sin madre por culpa del crimen organizado o el desgobierno.
Lo interesante es que Miguel Uribe ha logrado conectar con una ciudadanía que, aunque crítica, busca figuras coherentes y capaces de dar debates de fondo. Ha asumido posiciones impopulares sin temor al costo político, y ha liderado una oposición dura frente al gobierno de Gustavo Petro, especialmente en temas como la reforma a la salud, la política de seguridad y el respeto a la independencia judicial. Más allá de la bancada, se ha convertido en una figura nacional con presencia permanente en medios, redes sociales y foros académicos.
En un país donde los extremos a menudo polarizan más de lo que construyen, su perfil ha logrado posicionarse como el de un conservador moderno, con formación académica sólida, discurso articulado y convicciones claras. Algunos lo ven como una figura presidenciable. Otros lo acusan de representar una derecha inflexible. Lo cierto es que no pasa desapercibido, y en tiempos de incertidumbre, eso ya dice bastante.
Miguel Uribe Turbay no necesita que se le glorifique, pero tampoco que se le ignore. Es parte de una Colombia que sigue enfrentando sus heridas, sus contradicciones y sus miedos. Su vida es una mezcla de tragedia, política y vocación pública. Su historia, marcada por el dolor de una pérdida y la carga de un apellido, lo ha llevado a donde está, pero no lo define por completo.
Al final, más allá del debate ideológico, queda una reflexión inevitable: hay figuras que no nacen del cálculo, sino de la necesidad de transformar la experiencia personal en un propósito colectivo. Y en ese sentido, Miguel Uribe no es solo un político. Es también un símbolo de cómo el pasado, incluso el más oscuro, puede convertirse en impulso para luchar por un país distinto.
Con muy profundo pesar lamento el fallecimiento de Miguel. Acompaño en oración a su familia en este momento de dolor.
Miguel, serás eterno.




