Víctor Paz Otero
El mundo burgués acarició la hipótesis de forjar una sociedad que en todos sus órdenes se sometiera al dictado de la razón. Los teóricos marxistas sometieron a una crítica descarnada y disolvente esa, para ellos, ilusión perversa y de imposible realización histórica y por su parte asumieron la prometéica y también ilusoria tarea de instalar en la historia la veleidosa razón.
En fin, el anhelo de fundamentar una cierta racionalidad en la construcción de la historia ha sido, pese a sus cíclicos y poderosos detractores, un proyecto con el que colectivamente han comulgado todas las sociedades occidentales, y progresivamente todas las sociedades del planeta Tierra. Y la razón, pese a sus miserias e imperfecciones, pese a las monstruosidades que se generan de su sueño – como lo anotó Goya – no ha sido un proyecto ni fallido del todo
y por supuesto nunca será un proyecto realizable del todo.
Pero hay sociedades donde la razn parece sentirse mucho más
incómoda y con muchas más imposibilidades de realización que en otras. La sociedad colombiana es un ejemplo aterrador de lo mismo. Una sociedad donde precisamente las fuerzas que niegan y obstaculizan la razón, las fuerzas de lo irracional, tienen prevalencia y predominio y convierten el conjunto del proceso histórico en el
¡ escenario de una aterradora y generalizada barbarie. ¿Qué hay de
I racional entre nosotros? ¿El Estado? ¿La organización económica?
¿Nuestro proceso de modernización? ¿Qué control racional se ejerce sobre el flujo de nuestra historia? ¿Cuáles son los reales y actuantes elementos de civilización que nos permitirán superar ta asqueante incertidumbre del presente y acariciar el precario sueño de un futuro que no sólo sea amenaza sino que también incluya un mínimo elemento de esperanza?
Creo que es inútil e innecesario citar las agobiantes cifras o señalar los macabros episodios que demuestran de manera palpable el avasallante fenómeno de degradación, descomposición e irracionalismo que caracteriza nuestra historia.
Nuestra ucultura” está esencialmente fracturada. Hay un divorcio radical entre ella y la vida. La vida colectiva de la sociedad colombiana parece signada por poderosas y violentas fuerzas disolutivas, fuerzas que ni se orientan, nise someten, ni se regulan por formas institucionales, ideológicas o culturales, sino que funcionan como agentes de lo disolutivo, como poderosos instrumentos de un caos social que de manera irremediable y a muy corto plazo nos están conduciendo al absoluto colapso. No hemos podido aclimatar la razón entre nosotros, a pesar de los varios siglos en que nos hemos alimentado al menos con los postulados teóricos de su discurso. Estamos fracasando en forma violenta, sangrienta y estruendosa en nuestro proyecto de construir la sociedad y la historia. Por eso parece paradójico e increíble que ta única posición lúcida y REVOLUCIONARIA (sí, revolucionaria en mayúsculas) es en este
1 concreto y confuso momento del presente la de invitar a convertirnos
¡ en seres racionales.