sábado, septiembre 13, 2025
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La juventud de en antes

HORACIO DORADO GÓMEZ – horaciodorado@hotmail.com

Popayán y, yo, somos antiguos. Mi ciudad viviendo para siempre, ad portas de cumplir 500 años, deseándole miles más. Yo trasegando durante dos siglos, con seis papas, 20 presidentes y, una pandemia sobre mis hombros en mi prolongada existencia. Mis viejos amigos, unos achacosos en sus cuarteles de invierno, ya no salen a la calle. Otros viajaron hacia la infinitud. Vivo en esta modernidad, con matrimonios de hoy sin hijos, humanizando las mascotas. La población colombiana está envejeciendo a un ritmo más rápido que en otros países, lo que me motiva a escribir la diferencia entre los jóvenes de ahora y los de en antes. Es el compendio sacado de lo más recóndito de mi memoria, como tradición oral regional que no debe echarse al olvido. Jean-Paul Sartre, filósofo y escritor, cuando trata este tema, hace casi cincuenta años, concibe la juventud como una «enfermedad burguesa» que no les ocurre ni a los campesinos ni a los obreros.

Lo primero que viene a mi cabeza es que, ante la falta de un cuarto de baño, la bacinilla, en forma de tazón gigante, no podía faltar, debajo de la cama para uso nocturno. En el sector rural cercano a Popayán, no tenía energía eléctrica, debiendo usar lámparas de kerosene y Coleman de gasolina. Los mejores momentos de la vida nada tenían que ver con dinero. Las calles y potreros, eran las canchas de futbol. La muchachada era atemorizada por la “bola”, con “tombos” de bolillo en mano, que eran llamados por los quejosos vecinos por vidrios rotos de sus ventanas. La muchachada, seguía jugando hasta cuando se escuchaba el grito sagrado: “a dormiiirrr”.

En todas las épocas tendrá que hablarse de la juventud. En la mía se usaba el pantalón corto hasta los 18 años. Se asistía a sitios permitidos solo para menores de edad, anhelando los años para ser mayores. La educación en esos bellos tiempos, era con profesores dedicados a enseñar conocimientos. Eran verdaderos sabios con disciplina. Un mismo profesor enseñaba diversas materias con el arte de la retórica y la oratoria, buscando mediante la palabra el fin de persuadir. Los castigos eran, desde simples orejas de burro sobre la cabeza, hasta el rincón del salón mientras el maestro continuaba la clase. Y el castigo brusco, arrodillado sobre piedras o el azote con ramas sin hojas o la regla de fina madera. También, la usanza de leves castigos, del maestro, que ejercía su noble autoridad, ordenando llenar planas: “No debo hablar en clase”. Normas estrictas que alcanzaban, incluso al ámbito familiar.

Eran tiempos de introducir la cabeza para sacar del carrito de paletas el helado de cinco centavos. Había controles en la edad de las personas para asistir a una sala de cine: “apta para mayores de 18 años”. La boleta valía 20 centavos, para ingresar a los teatros: Municipal, Popayán, Valencia y Bolívar para ir a ver películas de Tarzán (Johnny Weissmüller) acompañado de “Chita”, llamando a Jane, su esposa, con armoniosos alaridos. Veíamos a la inocente Cenicienta llegar a las 12 de la noche sin zapatillas.

Extraordinario despertar un domingo a las 7 de la mañana, con la familia, todavía en pijama, reunidos en la sala; todos rodeando con alegría el televisor, aparato que cambió el mundo de la comunicación. TV en blanco y negro, años 60 muy diferente no solo en cuestión de tamaño. Esperábamos con paciencia la imagen, hasta que los tubos se calentaran para que apareciera la imagen del antiguo televisor. En cada hogar solo había un teléfono fijo, antecesor del móvil celular. Cuando timbraba el teléfono en casa, todos corrían: “es para mí, estoy esperando esa llamada”. La forma de bloquear una llamada, era dejarlo descolgado, (tu, tu, tu, tu…)

Las mamás, usaban la correa, la chancleta y, el rejo de tres patas que de vez en cuando, se perdía; pero que nos ponían a buscarlo: “porque tiene que aparecer”. Aparecía no por arte de magia, sino a punta de chancleta para corregir a los hijos. ¡Ah tiempos aquellos Don Simón! Ya en la antigüedad, creo que fue Aristóteles -u otro filósofo griego- quien se quejaba de los jóvenes, diciendo: “que eran vagos, no obedecían a sus mayores” etc., ¿cómo ahora?

Civilidad: La juventud de ayer fue una generación juzgada por sus padres; los jóvenes de hoy son una procreación que juzgan a sus padres.

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