ARMANDO BARONA MESA
Pareciera que la vida juega a las pesadillas. Hechos incomprensibles van sucediendo y el mundo no alcanza a comprender por qué. Así aconteció cuando Hitler invadió a Polonia, aquel 1º de septiembre de 1939 y dio inicio a la segunda Gran Guerra. La última pesadilla la estamos viviendo ahora, sin que se pueda aun calcular el desastre que viene encima en el campo de la economía mundial.
El señor Donald Trump se juega su carta demoníaca y sube gradualmente los impuestos a la compra de bienes del mundo, a los que apuesta como si fuera un avezado jugador de ruleta -tuvo un casino no hace mucho-. Lo anunció ni siquiera como una amenaza; y al pie de la letra lo decretó, mientras van cayendo con inclemencia las bolsas y sube el dólar y se arruinan grandes capitales. Entre tanto se ve venir, incontenible, la gran crisis económica frente a la que dificilmente podemos encontrar una defensa.
La pesadilla, pues, comenzó a sabiendas; y aun no sabemos qué hacer para defendernos.
Los aspectos son muchos y ninguno es grato. Es claro que al cargar tales impuestos a las importaciones hacia USA, la recarga sube los precios del producto y por lo tanto hay gente que no podrá comprar, lo que genera naturalmente una inflación -se necesita más dinero para comprar lo mismo- y frente a este fenómeno vendrá ineludiblemente la deflación. O sea que lo que está aconteciendo a la postre es muy grave para la economía americana.
El fenómeno es más grave aun para los otros países. Si se pierden las ventas también se perderá el empleo y la violencia de los pueblos subirá al igual que los delitos de hurto y robo. Así es la economía, simple, sencilla y un poco histérica. China está pidiendo diálogo al igual que Europa y pudiera ser que de algo sirviera.
Algunos se alegran porque a Vietnam -que exporta café- le impusieron fuerte tales aranceles, mientras a Colombia solo le aplicaron un diez por ciento. Vaya tontería. Y ¿negociar? Bueno, sobra anotar que Petro, que llora de amor por el Tren de Aragua y odia a la clase productora y a la clase media -lo demuestra todos los días en sus discursos-, no podrá alcanzar el beneficio de una sonrisa de Trump, así lo invitara a tomar whisky como ya lo hizo en la noche del desequilibrio del 26 de enero, un Petro borracho, divagando entre las sombras de la noche con su propia inconciencia. Después, esa misma larga noche, guardó silencio y agachó la cabeza ante el gigante.
Vendrá una descertificación a Colombia. Petro ha divagado y hasta ha pedido que se legalice la coca y la propia cocaína, como lo propuso en su primer discurso ante la ONU.
Vendrán días peores, es nuestro destino, ganado por un presidente irracional y soberbio, dañado por el asperger, que ya estudiamos en otra columna. No hay una buena perspectiva. Con cara gano yo y con sello pierde usted, decía el viejo dicho tramposo.
Por supuesto, lo que intento con este breve escrito es alertar y crear un estado de conciencia. No vivimos tiempos buenos, aunque algunos optimistas piensan que los malos momentos son instantes vitales para que ellos se crezcan. Puede que así sea. Pero de lo que se trata es de adquirir ese estado de conciencia, en orden a que sepamos que con Petro y sus aliados no es permisible la discrepancia. Es abusivo y gasta el dinero público a rodos en su propio beneficio. Todo para él, hasta el consejo de ministros, es campaña en busca de su consagración definitiva como cualquier Ortega o Maduro o los dictadores cubanos que siguieron a los Castro.
“Por mala que sea, toda situación es suceptible de empeorarse.” Dice el código Murphy. De manera que lo que debemos hacer, dentro de ese estado de conciencia, es defendernos de la falta de escrúpulos del hombre que nos gobierna para mal de nuestras culpas y quiere seguir hasta el final de su ambición. Y del otro lado de la pesadilla está Trump, quien impone a trompadas su criterio.