Por: Leandro Felipe Solarte Nates
Recordé agosto de 1989, cuando en el sepelio del que pintaba para seguro presidente por el liberalismo, Luis Carlos Galán Sarmiento, en el discurso de su hijo mayor, el adolescente Juan Manuel, Cesar Gaviria se ganó la candidatura que lo llevó a la presidencia, apoderarse del partido liberal y años más tarde convertirse en prospero empresario del sector energético suramericano, con empresas matriculadas en Panamá, según la investigación de Pandora Papers.
Después que por el partido liberal llegó a la Cámara de representantes en representación del cartel de Medellín y los extraditables, Pablo Escobar Gaviria desató la guerra contra los políticos e instituciones del Estado, cuando don Guillermo Cano, desde El Espectador, desarchivó su prontuario de delincuente juvenil, que incluyó el robo de lápidas en los cementerios, carros, traficando sus primeros kilos de cocaína y matando a dos agentes del DAS que lo detuvieron y reseñaron.
En su guerra, despechado porque le cortaron su sueño de llegar a ser presidente de Colombia a nombre de la mafia, el capo de todos los capos y sus socios empeñados en luchar contra la extradición, acumularon una larga lista de asesinados entre jueces, magistrados, policías, periodistas, procuradores, gobernadores, directores de la Aerocivil, candidatos a cargos de elección popular y todos los que se opusieran a sus designios.
Frente al ataúd de Galán, se dio la proclamación de Gaviria como candidato, que declarando “Bienvenidos al futuro”, cuando meses después se posesionó en la Presidencia de la República, amarró la economía del país y sus instituciones a las coyundas del neoliberalismo que inició la privatización de la educación, la salud, los servicios públicos, el subsuelo minero, presupuestos y las instituciones del Estado, a nombre de la libertad de empresa, yendo en contravía con el programa de Estado de Bienestar para la mayoría de la población que destacaba en el ideario político del Nuevo Liberalismo gestado por Galán.
36 años después, en la velación y sepelio de Miguel Uribe Turbay, el desmesurado despliegue de los principales medios masivos de comunicación puso en escena la dramaturgia del dolor familiar y colectivo aprovechado a lo Tartufo, por políticos y empresarios que con caras de compungidos lanzaron sobre su ataúd la campaña electoral con la que aspiran a recobrar el poder despojado de sus manos por un gobierno que les desbarató la maquinaria tejida durante décadas de compartir y repartirse el presupuesto nacional entre poderosos grupos empresariales y políticos de las regiones más desarrolladas del país.
Coincidió el atentado y la muerte del precandidato a la Presidencia de la República por el Centro Democrático, con la expectativa generada por el juicio y veredicto condenatorio al presidente Uribe, por fraude procesal y soborno a testigos, en un caso permeado por el apoyo a grupos paramilitares por parte del expresidente Uribe y su hermano Santiago.
La polarización que de tiempo atrás achacaron a trinos del presidente Petro, olvidando el lenguaje virulento de sectores de la oposición en su contra, en el escenario del dolor concentrado en la sala de velación, tuvo eco en las declaraciones y llamados a retomar la mano dura planteado por varios familiares y amigos de Miguel Uribe Turbay, encabezados por su padre, quien hizo un llamado al recién condenado Álvaro Uribe Vélez para que retome las banderas de su partido y de la “Seguridad Democrática”.
El expresidente no se quedó atrás en proyectar la campaña electoral de marzo y mayo de 2026 y también aprovechó para reforzar la autoimagen de “perseguido por la justicia politizada”, que ha impulsado desde que se conoció la sentencia de la jueza Sandra Heredia y que se identifica con lo expresado en situaciones similares por sus pares Trump y Bolsonaro.
De las honras fúnebres de Miguel Turbay no salió un nombre, como cuando Cesar Gaviria fue el ungido; pero sí el llamado a todos los sectores derecha a unirse alrededor de las “gentes de bien” apoyadas por el gobierno de Trump para intentar volver a la presidencia y acortar la ventaja que les tomó el progresismo al tener definidos los caminos para elegir su candidato, tanto al interior del Pacto Histórico, en elección convocada en octubre de este año, como del Frente Amplio, en marzo de 2026, con la participación de otros grupos de centro izquierda en las elecciones para Congreso y la presidencia de la República.