sábado, septiembre 13, 2025
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Célebres durmientes – (2)

Por Donaldo Mendoza

La intención inicial para este artículo era una sola entrega, pero después de ser leído en el periódico, un lector me comentó que no era justo dejar a esas otras ‘celebridades’ solo con sus fechas de nacimiento y muerte. Espero que otros lectores piensen lo mismo. Procedamos, entonces, a hacerles justicia a estos otros ilustres durmientes del Père-Lachaise de París. Todo sea por animar a la lectura.

Moliere (Jean-Baptiste Poquelin), [1622-1673]. Comediógrafo y actor francés. Sin duda, uno de los dramaturgos más recordados, en razón de su capacidad para crear arquetipos humanos, fáciles de identificar en cualquier lugar. Cual caricaturista, Moliere elige con pasmosa precisión el vicio dominante en un personaje, pero sin deformarlo: la avaricia, la vanidad… Esa pintura de caracteres es un rasgo distintivo de sus comedias, un adelanto al realismo psicológico de novelistas del siglo XIX como Dostoievski o Flaubert. Dos instituciones fueron objeto del tábano de su sátira: la Iglesia, con las prácticas falsas de religiosidad; y la burguesía, “el burgués enriquecido que pretende comprar con el dinero las prendas de la aristocracia”. Para el curioso lector, estas obras de Moliere: Tartufo, El avaro, El enfermo imaginario…

Óscar Wilde (Dublín, 1854 – París, 1900). Cultivó con mano maestra el teatro, la novela y la crítica. Ganó fama por la brillantez de sus aforismos, algunos tan provocadores como su propia vida. Su obra y su vida no envejecen: su tumba debió ser encerrada con altos vidrios de seguridad, para frenar el asedio de sus impenitentes devotos. El lector lo recordará por esa especie de autobiografía que es la novela El retrato de Dorian Gray. Borges se llevó los ensayos y artículos para su biblioteca personal. Una imponente esfinge egipcia corona la sepultura.

Marcel Proust (Francia, 1871-1922). En los primeros lustros del siglo XX, tres escritores determinan el ‘después’ en la historia de la novela: Franz Kafka, James Joyce y Marcel Proust. Proust convirtió en tema narrativo su extrema sensibilidad. Y en cuanto a lo descriptivo, trasciende con significaciones psicológicas y metafísicas. Al punto que la frontera entre autor y narrador se diluye. Su obra maestra es el poder evocador de la memoria para reconstruir (y recobrar) el tiempo, desde la infancia. Todo sintetizado en el sabor de una magdalena (galleta). El ciclo de sus novelas, con narración en primera persona, se configura en siete volúmenes, y un título: En busca del tiempo perdido.

Como dato anecdótico, vale referir que los espontáneos visitantes no permanecían mucho tiempo ante la tumba de estos ilustres, la mayoría se agolpaba alrededor del sepulcro de un cantante de rock, el norteamericano Jim Morrison (James Douglas) [1943-1971]. “Cantautor y poeta estadounidense. Vocalista y líder de la banda de rock «The Doors»”. Metros más allá del lugar, una muchacha española me preguntó por esa tumba, le respondí: “Allá, donde está esa multitud”.

También recibe visitas diarias el pianista y compositor polaco Frédéric Chopin (1810-1849). La tumba de este romántico de los valses, nocturnos y preludios luce limpia y rodeada de flores frescas.

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