viernes, diciembre 19, 2025
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Edgar Allan Poe (I)

Víctor Paz Otero

Dentro de la sociedad norteamericana, no ha vuelto a nacer, ni a existir un ser impregnado de ese lirismo misterioso y profundo que testimonia la esencialidad del espíritu humano en cualquier contexto cultural, así ese contexto se sostenga y se alimente en términos generales con sustancias que parecieran ser hostiles, o al menos indiferentes, a los sueños erráticos e inútiles de la poesía. Pero Poe es visceralmente norteamericano y es un extraordinario, delicado y exquisito poeta encadenado a una visión misteriosa y simbólica donde se dan hermosa cita e inquietantes estremecimientos que gravitan sobre la conciencia humana.

Su biografía y también su leyenda, están marcadas de manera inexorable por la presencia de lo trágico, de lo desolado, de la incomprensión, así como por el delirio desquiciante y por la inadaptación a un medio sociocultural que parecía ajeno a sus inquietudes poéticas y metafísicas; pero fue un hombre que se dedicó a fabricar pesadillas sombrías y talismanes de exótica belleza, que nunca encontraron lugar ni aprecio en medio de la sociedad en la que llegó al mundo.

Pero Poe vive sus cuarenta escasos años, y en ellos logra conformar una obra magnífica e intensa que señala nuevos caminos en muchas direcciones y que lo convertirán pocos años después de su muerte en un poeta profundamente amado y reverenciado por las generaciones venideras. Un poeta pionero y fundador de inéditas posibilidades expresivas y de nuevas formas experimentales y temáticas, para que la literatura del universo, encontrare en ellas un punto de apoyo y de referencia; para que esa literatura continuaré en su lucha mágica y tantas veces incomprendida de dar vida y lenguaje a la inagotable realidad del fenómeno humano.

En Boston, en esa ciudad norteamericana que tiene una sensible veneración por la historia y que le rinde culto nostálgico a las formas vencidas de una antigüedad aristocrática, nació Edgar Alan Poe, una mañana aún fría del 14 de enero de 1809. Sus padres biológicos eran practicantes de la incierta pero hermosa profesión de actores ambulantes, que conocían a Shakespeare y conocían también las gesticulaciones violentas y aterradoras de la pobreza. El padre abandona la madre cuando el niño tiene dos años. La madre abandonada muere en una noche mucho más fría que aquella en la que había nacido el poeta un 18 de diciembre. Edgar es adoptado por un matrimonio opulento y sin hijos, conformado por una mujer amable y un comerciante exitoso, pero algo estúpido que amaba el dinero y los negocios. Allí creció en olor a señorito, con servidumbre negra, con prejuicios agresivamente racistas; estudió con aristócratas, en colegios caros y notables. Según el decir de muchos y de muchas, era un niño hermoso y de modales delicados y elegantes; bellezas y elegancia que a pesar de todo conservaría con esmero a lo largo de su corta vida. Aquel poeta, que, según carta de una contemporánea, acabó convertido en un caballero en estado lamentable.

Cuando tiene 6 años, su familia se traslada a vivir durante 5 años a Inglaterra. Suponemos que en esa época sus pupilas y su sensibilidad se empaparon de verdadera antigüedad y esa sensibilidad suya fina y absorbente, se enamoró de esos elementos góticos que tan recurrente y obsesivamente asoman en los escenarios de su obra.

Regresan de nuevo a la vitalidad desordenada, sedienta y mercantilista de los Estados Unidos. A un mundo que está agitado y convulsionado por poderosas fuerzas de construcción y de expansión material. Un mundo que ya empieza a vibrar con las fisuras y las heridas que opondrán como sangrienta catástrofe liberadora a los esclavistas del sur contra los industriales del norte. Ingresa a la universidad y se fascina del saber y de los libros, pero también del juego y del licor, de los placeres y de las muchas turbulencias de la vida. Entra en conflicto irreconciliable con el padrastro puritano. Se marcha de la serena Boston e ingresa como soldado raso a la institución siempre equívoca del ejército.

En 1829 vuelve a quedar huérfano. Frances Allan, su madre adoptiva, también lo abandona en este mundo; pero en ese año de la segunda orfandad aparecen publicados sus primeros poemas. El poeta ha iniciado su poderosa y atormentada marcha hacia los universos del enigma y del misterio. (Continuará)

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