Por: Juan Camilo López
El pasado jueves, en Timbío, se firmó el denominado Pacto Cauca. Una vez más, el departamento es escenario de grandes anuncios, mesas de concertación y compromisos que se presentan como soluciones estructurales a sus históricas problemáticas. Sin embargo, la firma de este nuevo pacto parece sumarse a la larga lista de planes y programas que han recaído sobre nuestro territorio, sin que las comunidades sientan de manera concreta los beneficios prometidos.
El Cauca es, probablemente, uno de los departamentos más “sobrediagnosticados” del país. Hemos visto desfilar políticas nacionales como los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), los Planes Nacionales de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (PNIS) y ahora este Pacto Cauca. Todos llegan acompañados de discursos solemnes, de compromisos millonarios y de promesas de cambio, pero a la hora de hacer el balance, el resultado es siempre el mismo: pocos avances materiales, retrasos interminables y la sensación de que el Estado sigue quedándose en el papel.
Lo preocupante no es solo la falta de ejecución, sino la distancia creciente entre los anuncios políticos y las realidades cotidianas de la gente. Falta menos de un año para que termine el actual gobierno nacional, y mientras en el resto del país se discute sobre grandes reformas y cambios estructurales, aquí en el Cauca el principal legado parece ser la firma de este pacto. Pero, ¿qué significa realmente para un campesino en el Patía, para una madre comunitaria en Buenos Aires o para un joven en Santander de Quilichao? La verdad es que muy poco, porque al final son acuerdos que solo entienden y celebran los políticos.
En lugar de seguir acumulando diagnósticos y planes, lo que el Cauca necesita con urgencia es la entrega de obras tangibles: vías terciarias que permitan sacar los productos del campo, hospitales con dotación adecuada, escuelas rurales en condiciones dignas, proyectos productivos que ofrezcan alternativas reales frente a la economía ilegal. Los planes generan expectativas, pero las obras transforman territorios.
El Pacto Cauca podría ser recordado como otro intento fallido si no se convierte rápidamente en ejecución visible. Ya no hay margen de maniobra para nuevos anuncios; lo que la población espera es ver retroexcavadoras construyendo carreteras, maquinaria instalando sistemas de acueducto, centros de salud funcionando y oportunidades de empleo reales.
El presidente tiene una oportunidad política y moral en este último año: más que venir a firmar planes, debería venir a entregar obras. Obras que hablen más que los discursos, que demuestren que el Cauca no es solo un departamento para el papel, sino un territorio que merece acciones concretas. De lo contrario, el Pacto Cauca pasará a engrosar la lista de promesas incumplidas, reforzando el escepticismo ciudadano y la idea de que en este departamento todo se queda en diagnósticos.
Los caucanos no necesitamos más planes; necesitamos realidades. Porque los diagnósticos ya los conocemos, lo que falta es voluntad y eficacia para ejecutar.




