Silvio E. Avendaño C.
A eso de las ocho y media de la mañana, quienes esperaban las nueve, iban a la portería de la facultad por el balón, para iniciar el partido. Y cuando el reloj señalaba el inicio del laboratorio, la cátedra o la conferencia salían del juego. Pronto, otros continuaban el partido. La mañana avanzaba, con entusiasmo, mientras las manecillas del reloj giraban. Nadie contaba los goles, ni ganador, ni empate o perdedor. A lo largo de las horas, constantes cambios, que bien podía darse al terminar la actividad académica. Y, en el descenso de la tarde, constante cambio de los jugadores y la oscuridad daba el pito final del partido. Y sin necesidad de equipos, ni uniformes, ni árbitro, ni técnicos, ni afán de la recompensa, libres de la sujeción y servidumbre, tocados por la varita mágica del juego, se rozaba el olvido de las limitaciones, en un aire de sortilegio y grandeza.
Por eso sorprende la irritación de los seguidores corriendo al fanatismo. La gritería agresiva. Los enfrentamientos entre uno y otro equipo. Las barras bravas instaladas en la calle, a la espera de los contrarios. Los mamarrachos, las pugnas, azuzadas por los comentaristas fanáticos de la radio y la TV. Un lío completo de fuerza, armado con la virulencia. Es casi imposible imaginar el fútbol convertido en una actividad ciento por ciento económica y, que las transferencias de los jugadores sean las fuentes de enriquecimiento.
¿Qué es el fútbol? Bien se puede pensar, como se ha hecho en la tradición la diferencia entre arte y oficio. En efecto, el arte es una actividad libre, mientras que la segunda puede mirarse como actividad mercenaria. El juego se encontraría dentro del arte. Kant en la Crítica del juicio, nro 43, define el juego como una ocupación que es, en sí misma, agradable. La definición hace referencia al juego como gusto. Quienes juegan fútbol son felices, libres de las ataduras de toda finalidad, del deber, de la preocupación. El fútbol es un tiempo de ocio y despreocupación. El juego con los vecinos de la cuadra, en la calle lleva a la felicidad. En el fútbol hay el impulso sensible… vida. En el balón pie se suprime el tiempo. Hay conciliación entre el devenir y el absoluto, en la infinitud. Libres de la condición económicas, descalzos o descamisados, en un espacio polvoriento, arenoso, a lluvia o a pleno sol. Hay el aniquilamiento de la condición del individuo para ser un todo colectivo. Más allá de la monotonía y la costumbre, se pierde la condición de seres aislados para jugar en un todo, en el momento glorioso de una jugada genial o de un gol inesperado. En la cotidianidad a duras penas podemos meter un golecito porque casi siempre salimos blanqueados, con mucho esfuerzo, bastante dribling y con dolor de canillas en la protesta, en las cuentas del banco, en los supermercados, en los impuestos, en el precio de cualquier servicio. Mucho más, es imposible ser una estrella, pero si estrellarse a cada momento.