martes, octubre 28, 2025
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De la libre crítica

CARLOS E. CAÑAR SARRIA – carlosecanar@hotmail.com

Dentro de las cosas positivas que tiene el régimen político democrático está la libre crítica, el derecho a disentir, a la oposición; a hacer uso de la opinión pública, los cuales son factores de control social. Permiten tomarles el pulso a las administraciones gubernamentales, al tiempo que se mide el grado de gobernabilidad o de legitimidad de quienes detentan el poder.

Es posible que todos los juicios no sean necesarios, pero no obstante se manifiestan y esto debe respetarse. Estar de acuerdo con todo lo que hacen o dejan de hacer los gobernantes es imposible, siempre habrá simpatizantes y detractores.

El asunto es que la libre crítica debe hacerse con el mayor grado de objetividad y por supuesto, de respeto y responsabilidad. No se trata de despotricar de los gobernantes simplemente porque no simpatizan; se trata de que tanto la ciudadanía como la opinión pública se concienticen de la importancia de la defensa del bien público como compromiso colectivo, sin lo cual no puede existir una democracia verdadera. Sin verdad e igualdad no hay democracia. Los privilegios deben desaparecer y es necesaria la universalidad de la ley, en términos coloquiales: o todos en la cama o todos en el suelo:

No faltan los defensores de oficio que aparecen donde nunca los han llamado, a fungir de apologistas de los mandatarios, mientras con falacias pretenden subestimar críticas que en muchas ocasiones resultan ser legítimas.

Gobernar es resolver problemas y desde luego, no se trata de una actividad fácil, lo mismo que no es nada sencillo tener contento a todo el mundo; algo que deben tener en cuenta tanto gobernantes como gobernados.

Argumentar por ejemplo, que en lugar de criticar a los gobernantes, quienes critican deben dedicarse a hacer lo que dejan de hacer los gobernantes ante las expectativas ciudadanas, no es más que un despropósito. Exento de toda lógica. En primer lugar porque la ciudadanía no tiene el poder de decisión y acción a la hora de resolver problemas que de alguna o de múltiples maneras se solucionan con recursos económicos, lo cual es competencia de quienes están revestidos de poder. Ni más faltaba que quienes critican, opinan en los medios y en las redes sociales, tengan que hacer las tareas y ejercer las funciones que a los gobernantes les corresponde.

¿Acaso será poco, ajustarnos a un comportamiento ciudadano decente y comprometido con el bien público, pagar impuestos y cumplir con las diferentes tareas que como habitantes y ciudadanos nos corresponde?

Las administraciones gubernamentales son las que deben resolver los problemas porque para ello fueron elegidas. Por eso todas sus decisiones y acciones deben ir encaminadas al despeje de las expectativas y necesidades de la población.

Así como las críticas injustificadas y de mala fe resultan odiosas, lo mismo sucede con los apologistas “gratuitos” de los gobernantes de turno, que les tapan todos sus errores y sus vicios los convierten en virtudes. .

Siempre ha sido motivo de preocupación para los estudiosos de la cultura política colombiana, la enorme dificultad para construirnos y consolidarnos como sociedad civil. Tan necesaria pero tan esquiva en una democracia en construcción como la nuestra. Cuando la gente, de manera respetuosa, pacífica, responsable y organizada, expresa sus inconformidades y hace las reclamaciones legítimas a los gobernantes, estos pronunciamientos en lugar de ser descalificados, debieran valorarse positivamente, por ser indicios de sociedad civil sin la cual no se pueden dar los cambios que las comunidades necesitan.

La construcción de ciudadanía es una de las prioridades de los Estados modernos, es decir, democráticos. No se trata de la formación de seres domesticados y acríticos. Se trata de la formación de personas autónomas, con sentido crítico, responsables y comprometidas con el bien público.

Por otra parte, en el caso colombiano hace mucha falta la construcción y consolidación de una verdadera oposición; que actúe en defensa del bien común, que sea critica, autocrítica, propositiva, amante de la verdad y de la responsabilidad.

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