
En enero de este año, un equipo de investigación polaco encontró los restos del meteorólogo británico Dennis “Tink” Bell, quien desapareció el 26 de julio de 1959 tras caer en una grieta en un glaciar de la Isla Rey Jorge, en la Antártida. El hallazgo fue posible gracias al retroceso de los glaciares, que dejó expuestos fragmentos humanos y objetos personales.
Los restos fueron identificados mediante pruebas de ADN realizadas en el King’s College de Londres, que establecieron una coincidencia genética con dos de sus hermanos, con una probabilidad de parentesco mil millones de veces superior a la de no serlo. Junto a los huesos, se recuperaron más de 200 objetos personales, entre ellos un reloj con inscripciones, equipo de radio, bastones de esquí, una linterna, un cuchillo sueco Mora y una boquilla de pipa de ebonita. El equipo polaco lideró el rescate durante labores arqueológicas realizadas entre el 9 y 13 de febrero de 2025.
Los restos y las pertenencias fueron transportados desde la Estación Antártica Henryk Arctowski hasta Londres, con apoyo logístico del buque de investigación Sir David Attenborough y de la Real Fuerza Aérea. Una vez en el Reino Unido, se entregaron al forense del Territorio Antártico Británico y se procedió a los análisis genéticos.
La directora del British Antarctic Survey, Dame Jane Francis, calificó el descubrimiento como un momento “conmovedor y trascendental” que cierra un capítulo abierto en la historia de la exploración polar. Bell trabajaba para el organismo predecesor del BAS y formaba parte de un equipo de seis personas que realizaba labores meteorológicas en condiciones extremas. Su historia forma parte del legado y los sacrificios de quienes contribuyeron a la ciencia en ambientes extremos.
Este hallazgo también es un reflejo del impacto del cambio climático: el retroceso de los glaciares no solo modifica el paisaje, sino que revela vestigios humanos e históricos congelados por décadas, ofreciendo una ventana al pasado.