Por: Jesús Alberto Aguilar Guerrero.
Los patojos raizales y algunos foráneos arraigados en esta capital del departamento de Cauca, que engrosan los corrillos del parque Francisco José de Caldas, cuando se acerca la efemérides de esta histórica ciudad, no dejan de mencionar como la estatua emblemática de Sebastián Moyano y/o de Belalcazar, que adornaba el cerro del morro de Tulcán, fue bajada de su pedestal por una turba enardecida de indígenas que no residen en este lugar aduciendo que era el causante de algunas masacres que hacen parte de la historia de los aborígenes; pues siendo alcalde del municipio de Popayán Juan Carlos López Castrillón, más conocido como ”el pollo”, pues lo único que hizo fue ordenar recoger sus restos y hasta el momento no se sabe donde reposan, si fue restaurado o en su defecto donde será exhibido esta mole de bronce, pues no hubo autoridad y mucho menos los oriundos popayanejos que se pararan en la raya y evitaran este hecho que dio coraje a los grupos étnicos, pues los caleños y vallunos evitaron a toda costa que esta hazaña volviera a repetirse en la capital del Valle del Cauca. Pero bien, los relatos afirman que este señor Sebastián Moyano, pues tal era su verdadero nombre, como la de la mayoría de los conquistadores se puede contar en dos palabras: gloria y desgracia, cuando fue acusado de atacar a un pollino que pastoreaba por los caminos de Extremadura, dejándolo tendido a garrotazos y que por temor a ser aprendido abandona el hogar y, como puede se alista e ingresa como grumete en el tercero de los viajes de Cristóbal Colon; después de combatir ascendió en la Española en Nicaragua, en el Darién. posteriormente fue adjunto de Francisco Pizarro, en la aventura del Pacifico, en el mar de Balboa y desde el puerto de San Miguel, en el Perú, emprende su aventura hacia el norte, cruzando el escarpado Ande y batiéndose con los últimos fieles de Atahualpa, logrando muchas victorias, fundando Quito, para luego abrirse campo por el valle de los pastos, cruza el caluroso Patía, hasta llegar a la serranía de Sachacoco, desde donde divisa el pequeño reino de Pubén, que por su belleza parecía al de los pesebres navideños.
Moyano y/o de Belalcazar, su vida transcurrió en velar y pelear, con sangre de crímenes se mancharon sus manos, pero en codicia, porfía y abnegación, pocos muy pocos de los soldados de la conquista se le pueden comparar; fue acusado de muchas crueldades por el grupo de españoles que lo seguía, teniendo como meta principal conseguir los tesoros de Quito; afirmándose que debido a la vida licenciosa que había tenido con muchas concubinas, había generado varias disputas, además de ordenar marcar barras de oro con su esfinge sin existir real fundición de la corona y, sobre todo, por la muerte dada a Robledo y a sus capitanes, es residenciado en el gobierno de Popayán. Los anales afirman que a varios amigos a quienes había favorecido con largueza, lo acusaron de crímenes horrendos. Por todo esto y mucho más fue condenado a sufrir la ultima pena, mediante el pago de crecida fianza, obtuvo la apelación ante el Consejo de Indias; y fue encadenado como malhechor, remitiéndolo a la Península, donde no alcanzo a llegar, pues herido de fiebres y amarguras, expiraba en el puerto de Cartagena, a la edad de setenta años. Esta emblemática ciudad el próximo 13 de enero cumple 488 años, pues se conoce que con la celebración de una primera misa y la toma de la ciudad en nombre de Carlos V, se le llamo Asunción de Popayán y el mismo día de su fundación se instalo el primer cabildo designándose a Pedro de Añasco como primer alcalde; en 1538 se le concedió por la Corona de España, el escudo de armas y titulo nobiliario por muchos años y luego fue superada por Santafé de Bogotá, situándose en la ruta del Oro, que de Quito va a Cartagena de Indias, lo que le permitió desarrollarse y enriquecer con trabajos artísticos provenientes de Europa y de Quito que se han convertido en el legado histórico de la ciudad.
Nos preguntamos en donde está el centinela de la ciudad que entre el bronce y la nube se erguía en el Morro de Tulcán, quedándose en el recuerdo único como el sol se hunde como una carabela incendiada.




