Juan Pablo Matta Casas
Amos Miller, un agricultor amish de Pensilvania, dedicó más de quince años a la venta de leche cruda y otros productos naturales en su granja sin quejas ni problemas significativos. Sin embargo, este año fue objeto de una redada del Departamento de Agricultura de Pensilvania, que lo acusó de operar sin las licencias requeridas. Para los amish, esta intervención representó no solo un ataque a su forma de vida, sino también una muestra de las crecientes restricciones burocráticas que enfrentan como productores. Indignados por lo que consideraron un abuso de las autoridades, decidieron participar en las elecciones estatales, un hecho inusual para una comunidad tradicionalmente apolítica. Con más de 180,000 votos, los amish contribuyeron significativamente a la victoria de Donald Trump en Pensilvania, movidos por la esperanza de revertir políticas que perciben como invasivas.
Este evento refleja una transformación más amplia en la política estadounidense, marcada por el ascenso de una coalición entre conservadores tradicionales, libertarios y soberanistas pragmáticos. Juntos, estos sectores lograron derrotar a los globalistas y a la cultura woke, que durante años habían dominado el discurso político y cultural. Esta coalición improbable encontró puntos en común en la defensa de la soberanía nacional, las libertades individuales y la preservación de valores tradicionales. En un contexto donde el globalismo sufrió un desgaste evidente tras la pandemia, las crisis comerciales y la creciente dependencia de organismos internacionales, y donde la cultura woke generó divisiones profundas con su discurso moralizante, esta alianza emergió como una respuesta contundente.
El triunfo de esta coalición en Estados Unidos ofrece importantes lecciones para Colombia, un país que enfrenta retos similares en términos de soberanía, gobernanza y tensiones culturales. Aunque el impacto del globalismo en Colombia se manifiesta principalmente a través de acuerdos comerciales que han debilitado sectores productivos locales, y la cultura woke tiene una presencia más limitada, ambos fenómenos han generado fricciones sociales y políticas. En este contexto, la posibilidad de articular una coalición similar que reúna a conservadores, libertarios y soberanistas pragmáticos no resulta descabellada, especialmente en un momento de descontento ciudadano frente a la inseguridad, la polarización y la pérdida de confianza en las instituciones.
En Colombia, la descentralización podría ser un eje clave para replicar la estrategia de los soberanistas estadounidenses, quienes han fortalecido el poder de los estados frente al gobierno federal. Esta estrategia, aplicada al contexto colombiano, permitiría un mayor control de los recursos y políticas por parte de las regiones, especialmente en departamentos históricamente marginados como los de la región Caribe y Pacífica. Sin embargo, construir una coalición de esta naturaleza no estaría exento de retos. Las tensiones entre los valores conservadores y el individualismo libertario, así como la resistencia de sectores empresariales globalizados frente a las demandas soberanistas, podrían dificultar la articulación de un frente común. No obstante, las oportunidades que esta alianza presenta son significativas. Una narrativa centrada en la defensa de la soberanía, el fortalecimiento de los valores nacionales y la reactivación económica podría unificar sectores diversos, desde comunidades rurales hasta la clase media urbana.
El descontento con las políticas tradicionales y progresistas, tanto en el ámbito cultural como económico, crea el terreno propicio para una alternativa política en Colombia. En términos electorales, esta coalición tendría el potencial de captar a votantes desilusionados de diferentes sectores, siempre y cuando sea capaz de presentar un programa claro y coherente. Esto incluiría políticas económicas orientadas a proteger la producción nacional, reformas institucionales que promuevan la descentralización y un discurso cultural que valore la identidad colombiana frente a influencias externas.
El caso de Amos Miller y los amish en Estados Unidos es un ejemplo de cómo es posible transformar el panorama político. Colombia tiene la oportunidad de aprender de esta experiencia y liderar una transformación que priorice la soberanía, las libertades individuales y la recuperación de su identidad cultural. Si bien los retos son considerables, las oportunidades para construir un movimiento capaz de responder a las necesidades de su ciudadanía y de la región son innegables.
Un estado pequeño y eficiente, con valores sociales tradicionales y que no se deje distraer por el espejo que quieren imponer las organizaciones supranacionales, puede ser una propuesta poderosa para el 2026. Los ejemplos de Bukele, Milei y Trump, han demostrado que pueden seducir políticamente al electorado.