Gustavo Adolfo Constaín Ruales. X@moldergc
Capítulo I_85.
Silvio se acercó a su escritorio y observo como Alfonso que se había quedado con un grupo de comics, rompía el protector plástico de los comics -con espanto de Silvio- que quitaba la cubierta como abriendo un documento sacro y le comento en voz alta, que muchas historias verídicas que no pueden ser contadas, por temor a represalias, se cuentan en las historietas, como una forma de decir la verdad en la ficción. Silvio no cayó en cuenta de la anécdota, pero luego sí que le ayudaría para su pasión de descifrar enigmas, incluyendo el que no lo dejaba estar tranquilo.
Silvio empezó a buscar algo con desesperación y mal genio por no encontrarlo. En una mesa cercana encontró el objeto de su ansia, una inmensa lupa que se podía mover al antojo gracias a un mecanismo unido al escritorio, -Alfonso la revista rápido- y Alfonso paso un comic de Batman, -no ese no- respondió Silvio y luego sin prestar atención le entrego la revista antigua. Acerco la revista esotérica a la lupa, vio de más cerca los símbolos extraños en el OVNI y sí, allí claros a la luz blanca del lugar, uno o dos eran los mismos del -papelito de Lucía- y otros muy semejantes a los demás del mismo papelito. ¿Qué es esto por Dios, es lenguaje extraterrestre?, se dijo a sí mismo.
Salió con afán no se despidió de nadie, tomo su gabardina caqui, del perchero de madera colgado en la pared, lugar donde colocaba miles de cosas, solo por la rapidez de colgar algo en alguna parte y que luego nunca encontraba.
La gabardina era el modelo original que se usó por primera vez en la guerra anglo-bóer en Sudáfrica, diseñada por los ingleses. Cuando se la colocaba lo molestaban diciéndole Columbo, el mítico personaje, detective de una serie de tv gringa.
Alfonso se había quedado asombrado, viendo los nuevos objetos en los escaparates, conseguidos por Silvio o regalados por amigos y no se dio cuenta de la salida del amigo. El profesor en su afán, se devolvió y le gritó a Alfonso -no toques nada-. Alfonso le respondió en voz baja -tan cansón, nunca he dañado nada-, sí que había quebrado o dañado uno que otro objeto, algunos valiosísimos, pero su amigo o se hacía de la vista gorda o por su mala memoria no recordaba si lo había hecho él o se lo enviaron así.
¿Debo ir ya donde Lucía, no la quiero llamar, debo darle la sorpresa, debo ir a Tulcán, a su oficina o su casa, estará viajando?, se interrogaba Silvio en su cabeza. Después bajo por la nueva calle del centro que se volvió peatonal, donde los negocios de alrededor colocaron mesas y sillas en la calle, para que los patojos disfrutaran de comida y bebidas. Casi terminando la cuadra, oyó una voz fuerte que lo llamaba, no distinguía de donde procedía el llamado y miraba de reojo, Lucía agitaba la mano y lo llamaba de nuevo, nada, entonces todos los demás comensales de la cuadra señalaron con su mano hacia el centro de la calle donde estaba la profesora, la cual todos conocían, cuando el erudito profesor que también era conocido por todos, vino hacia al lugar, todos rieron diciendo -al fin-.
Lucía sentada con alumnos a los cuales enseñaba clases de poesía antigua, tomaban un café con pan de anís, radiante como siempre, se levantó y lo abrazo con cariño, luego le presento los chicos, algunos de ellos lo conocían y lo saludaron diciéndole -que cosas te han enviado del extranjero profe- y el respondió, vayan a mi oficina y les mostrare. Para donde ibas- le pregunto Lucía, -a buscarte le contesto- Silvio. Luego la tomo del brazo y la llevo a una mesa vacía que estaba dentro del local y les dijo a todos -me la robo un rato-, ningún joven dijo nada, solo movieron la mano, a modo de aprobación. Adentro Silvio saco de su gabardina la revista Ostara, se la paso a su colega y ella observando la portada le dijo, ya los comparaste cierto y el profesor solo asintió, Lucía casi da un traspié por el descubrimiento y le dijo al oído, son alíen cierto, Silvio asintió de nuevo.
