Gustavo Adolfo Constaín Ruales. X@moldergc
Capítulo II. El Grimorio perdido. Sexta parte.
Los hermanos del cielo respondieron al llamado de los -vigilantes- aquellos doscientos escogidos por Dios, para cuidar al hombre, aquí en la tierra, protegerlo y ayudarlo. El contacto con el hombre que les hablo de una antigua magia, poderosa y oscura desde la creación del universo, los estaba perdiendo.
Se reunieron todos en el polo norte, cuando aún no era helado, sino un paraíso del trópico, la tierra cambiaria mucho tiempo después. Se inició la sesión, los vigilantes les informaron a sus iguales, de los acontecimientos: la orden de reunir en un libro todo el conocimiento de la tierra se había realizado, igual reunieron un conocimiento milenario antiguo dado por el hombre, que también se plasmó y todo esto desencadeno la creación de dos libros, uno de luz y otro de oscuridad.
Los habían llamado para que solo ellos, tuvieran ese conocimiento, con el fin de ayudar a la obra de Dios, que se les había encomendado. Con un libro llevaría la luz a otros planetas cuando los enviaran y con otro podrían luchar contra la oscuridad inherente en esos mismos planetas para combatirla. Unos dijeron que era buena idea, otros afirmaron -Dios debe saberlo-, el todo lo sabe dijeron otros, para que decirle, si no ha dicho nada, nos está aprobando. Nosotros custodiaremos el legado de Dios en caso de cualquier contingencia. Debemos estar unidos en esto, dijeron los líderes de los vigilantes.
Millones de ángeles venidos del cielo volvieron a su hogar, un arcángel dio un pequeño discurso, con voz grave y que se escuchó en toda la tierra, concluyo: “esto no es correcto, el conocimiento de la oscuridad no debió haberse plasmado, esta no era su misión”. Entre ellos se gritaron: traidores, debemos ser leales al Padre, debemos ser leales a la verdad, debemos ser leales al hombre.
Solo los doscientos ángeles que eran los custodios del hombre, siguieron en su empeño, seguir escribiendo en ambos libros, su idea era correcta en cierto sentido, -pero el camino al infierno está lleno de buenas intenciones, el infierno que ayudarían a crear-.
Varias legiones de ángeles del cielo que habían venido al encuentro, al oír de la magia propia de los libros, quedaron maravillados. Se les ocurrió contactar a otros ángeles dispersos en el universo que fueron enviados con la misma misión, plasmar la sabiduría de cada planeta en un libro y que fueran ayudados por aquellos que creo Dios en ese planeta, en esa forma de vida. Desgraciadamente en demasiados planetas, había sucedido lo mismo, confundieron la orden o la interpretaron a su antojo, se estaban produciendo libros negros en demasía. En algunos, no se sabe, si por la manipulación de energías antiguas y desconocidas, originó que colapsara un planeta o todo un sistema solar. El mal que venía en la oscuridad, antes de la creación de la luz, buscaba caminos, anhelaba salir.
El segundo en el cielo, llamado el ángel de la mañana, el más bello y sabio, conoció la idea de sus iguales en la Tierra, reunión a la cual no había asistido. Traidores fue su primer pensamiento, solo esperaba la orden del Padre para reprender fuertemente a los ángeles custodios y a los hombres, sino destruir a los implicados, si fuera necesario. Quemaría con el fuego de su espada, ambos libros, el ideal que se les solicito a los vigilantes, fue desviado por orgullo -el contacto con el hombre-. Antes de tomar una decisión solicito le enviaran los libros para revisarlos, el personalmente. Los vigilantes respondieron a la orden y los enviaron, Luz Bel, reprendió gravemente a los mensajeros y dio la orden de que pararan en su misión hasta nueva orden, no quería más desviaciones, no deberían escribir más en ningún libro.
Los ángeles en todo ese tiempo que caminaban junto al hombre y compartían su forma de vida, comida, risas e historias, conocieron por supuesto a las mujeres, disfrutaban de su compañía, de sus bromas y belleza. Se unieron a ellas por amor y deseo, desobedecieron otra orden –no procrear con las hijas del hombre-. Otra falta que se iba acumulando.
