Gustavo Adolfo Constaín Ruales. X@moldergc
Capítulo II. El Grimorio perdido. Cuarta parte.
En la época de los egipcios, el gran faraón llamado Neferjeperura Amenhotep, cambio su nombre a Akenatón, fue el décimo faraón de la dinastía XVIII. Su reino estuvo entre los años 1336 y el 1353 AC. El gran hombre fue un gran reformador en todos los aspectos de la vida política, cultural y religiosa de su pueblo. Su caída y declive se debió a los sacerdotes opuestos al nuevo culto. Ordeno el cambio a la adoración de un solo dios, en contravía del politeísmo que durante siglos impero. El dios escogido fue Atón, el dios del disco solar. Al dios sol le fue construida una nueva ciudad para su adoración y así mismo capital del imperio, llamada Ajetatón. La ciudad construida con arquitectura mágica en la mitad del desierto, con conexión con las estrellas, fue gran observatorio estelar en su momento. Quince obeliscos para delimitar su terreno se erigieron.
El cambio de una nueva fe y cultura, provoco odios y amargura en la casta sacerdotal imperante, que perderían su poder y riqueza. Esta casta participo en la ceremonia realizada un viernes, en una de las colinas de Egipto, para enterrar una magia negra, antigua. Con el tiempo, al perder sus privilegios, buscaron venganza donde no debían. La caída del gran reformador y la destrucción del imperio egipcio, fueron el resultado de desenterrar el grimorio perdido.
Los sacerdotes egipcios contrarios a Akenáton, conocían de la existencia del “Libro” y el -Grimorio perdido-, pero escogieron el Grimorio Perdido para sus fines. Este libro negro les devolvería el poder para siempre. Jamás con el tiempo dependerían de la voluntad de un nuevo faraón, al cual debían obediencia absoluta.
El faraón adorador del dios del disco solar, conocía muchos secretos esotéricos y alquímicos, fue iniciado en muchos misterios, desde su niñez. Los secretos que le fueron inculcados desde sus antepasados atlantes que llegaron por las islas canarias.
Cuando llego a sus oídos que un libro negro que, resplandecida ante la luz, fue descubierto en sus dominios, lloro. El mal que venía desde sus antepasados y que provoco el hundimiento de todo un continente en una sola noche, los alcanzo.
Dio la orden de encontrar el grimorio, los originales o copia de ellos, llevarlos a un sitio geográfico especial y sepultarlos para siempre. Fue advertido de la magia extraordinaria allí acumulada, por eso el mandato no fue quemar los libros, se liberaría el mal en el mundo.
La sepultura del grimorio se hizo con la presencia de los grandes sacerdotes, magos egipcios y de la casta sacerdotal de sus aliados. Vestidos con lino de color blanco, en un ayuno de siete días, el rezo continuo de oraciones antiguas y haberse purificado en el río Nilo tres veces, dieron inicio a la ceremonia. Se enterraron varios libros de magia negra, entre ellos muchos grimorios perdidos, no se atrevieron a analizar si eran originales o copias. El rito duro ocho horas.
La maldición del propio libro caería sobre aquel o aquellos que osaran excavar sobre el sitio oculto. La maldición de la que describen los ladrones de tumbas o los arqueólogos modernos, no era buscando la gloria del descubrimiento o las riquezas en las tumbas de los reyes egipcios, eso era efímero. El oro y las joyas preciosas que estuvieran allí, no eran suficientes si lograran el poder del grimorio perdido.
La maldición de la tumba del faraón Tutankamón, se originó porque varios ayudantes del egiptólogo Howard Carter y financiadores de la expedición para buscar la tumba del faraón, entre los cuales sobresalía Lord Carnarvon, buscaban algo más. Y esa búsqueda del grimorio perdido que desconocía Carter y Carnarvon, fue su perdición, el primero en morir fue el Lord.
Con el tiempo cuando los egipcios esclavizaron a otro pueblo, el hebreo, la desviación moral y de fe de este pueblo, se debió a la búsqueda de estos libros nefastos. Cambiar al Dios Yahvé por la adoración del becerro de oro fue uno de los resultados de esta búsqueda fatídica.