Gustavo Adolfo Constaín Ruales. X@moldergc
Capítulo II. El Grimorio perdido. Parte tres.
El pastor alcanzo a rozar el libro negro en lo profundo del lago, el libro resplandecía como un fuego encendido, no alcanzaba a tomarlo y una voz en su cabeza le decía “si lo quieres, húndete más” y lo hizo, a punto de la asfixia, la voz le dijo “quiero tu psyché” y el pastor grito ahogándose: “te la daré”.
Se despertó en una isla desconocida, estaba en la cima de una colina donde divisaba el resto de las islas griegas, atrás de él, una casa inmensa, cientos de hombres, mujeres y niños en los alrededores. También diviso varias estatuas suyas, donde había ofrendas. Impresionado por lo sucedido -recordó ahogarse en la isla del dios Pan- y ahora esto. Escucho unas voces que lo llamaba kyriòs, ven a comer.
Al darse vuelta, sobre un camino hecho de madera de ébano, llego a una formidable obra, construida de varios tipos de mármol, donde resplandecía el de color rosado. Cuando los rayos del sol bañaban la edificación, despedía una luminosidad agradable a la vista y que calmaba los ánimos por su majestuosidad.
Dentro de la espléndida casa, rodeada de jardines y piscinas, había multitud de personas y él los identifico: sirvientes, esclavos y seguidores. Estos últimos, se inclinaban a su paso, lo reverenciaba y apreciaban en grado sumo.
Llego a sus aposentos, en una esquina sobre una columna de oro puro, se encontraba el libro negro. Varias mujeres de distintas razas lo esperaban en su cama, al acercársele, las alejo con sus manos y volvió a sus pensamientos. Recordó el largo camino desde que encontró el libro negro y ahora con conciencia plena, sabía dónde estaba y quien era.
Obtuvo el don de la palabra, de componer música y escribir poesía. También el conocimiento de las matemáticas y geometría, a su vez, la sabiduría sobre los dioses, sus nombres, cultos y designios. El don de la profecía era igualmente fuerte en él, los reyes griegos lo buscaban y era obsequiado formidablemente con riquezas y la mano de sus hijas para matrimonio. Con la riqueza acumulada, su oratoria, ayuda a los desfavorecidos con dinero, consejos y ayuda para construir sus casas, de cimientos más duraderos, su fama y aprecio llego a los confines de la tierra.
Cuando dispuso de suficientes almas que lo apreciaran, empezó a hablar de un nuevo dogma: la hora de los dioses había pasado y la era del hombre empezaba. Su condena se hizo pública por parte de los filósofos y reyes, pero ya tenía tantos adeptos entre ellos, que su arresto se hizo imposible.
Los hombres entraron en libertinaje y apostasía de la fe imperante a los dioses griegos, de su adoración y contemplación de sus reglas. Todos los templos y oráculos fueron quemados, los que se oponían eran despedazados y echados al mar. La mayoría ya obedecía al nuevo hombre-dios, lo que el antiguo pastor, ahora llamado “Theos” ordenaba, se obedecía.
El día 28 del mes de hecatombeón dedicado a la diosa Atenea, reunió a miles de hombres griegos en el Partenón. La gran obra que el año 449 a.C., Pericles había persuadido a sus compatriotas atenienses de erigir la Acrópolis, dedicado a la diosa, fue destruida. El templo fue devastado hasta los cimientos. Las estatuas de la diosa fueron profanadas y los utensilios del culto, las vírgenes que cuidaban el lugar, fueron violadas e inmoladas.
Ese día, cuando el sol estaba en el ocaso y la multitud desenfrenada en la orgia y sacrificio de sus oponentes, el cielo se abrió exponiendo la oscuridad del espacio y todos los apostatas fueron arrebatados, desapareciendo ante la vista de los pocos que quedaron con vida. Luego el cielo se cerró de nuevo y se desato una gran tormenta en la tierra y el mar, acompañado de un granizo de hielos inmensos, dentro de ellos se observaban los rostros horrorizados de los abducidos.
Ese día fue llamado “la ira de Zeus” por los pocos sobrevivientes del día fatídico, con el tiempo, el mundo volvió a la normalidad. Los templos y oráculos fueron reconstruidos, los oferentes, custodios y las tradiciones a los dioses volvieron.