CARLOS E. CAÑAR SARRIA – carlosecanar@hotmail.com
Cada finalización y comienzo de año, está colmado de reflexiones, balances, incertidumbres, expectativas y esperanzas.
El devenir de la existencia humana en no pocas ocasiones, está acompañado de lo imprevisible, incierto; circunstancias que en algunas ocasiones podemos modificar y doblegar, pero en otras no, frente a las cuales no podemos hacer nada y sólo queda la resignación.
Nos ocupamos de temas de convivencia familiar y social, ingresos económicos, gastos e imprevistos, enfermedades, viajes, formas de afrontar el ocio, actividades deportivas, kilos de más o de menos, relaciones y problemas laborales, amores y desamores, tristezas y alegrías, éxitos y fracasos, fallecimientos y nacimientos, amigos que se van y otros que llegan, en fin, circunstancias de la cotidianidad que, en esta época, concentran nuestra atención a la hora de las reflexiones y balances.
Esta época es la ocasión para darle tiempo y espacio a la conciencia, a este ese juez moral interior que nos aprueba o reprueba nuestras acciones. Toda acción humana tiene connotación ética; la existencia transita entre el bien y el mal, donde los principios y convicciones de cada cual, son armas para enfrentar al relativismo ético. Los principios y convicciones no se enajenan, ni se compran ni se venden. El asunto de los principios debería tenerse en cuenta en un país como el nuestro, carcomido por la corrupción, la mala fe, la envidia, la infamia, la calumnia. No faltan personas expertas en pretender dañar el patrimonio moral de los demás, peor aún, cuando es el único capital que poseen quienes resultan injustamente difamados.
En un mundo y en un país tan diverso como el nuestro, a nivel individual y social se suscitan una serie de sucesos que hacen inevitables los conflictos; esto hace necesario buscar puntos de aproximación en las coincidencias y velar por la tramitación dialogada de las diferencias, si es que en verdad existe el propósito de lograr un mejor estar tanto en lo personal como en lo colectivo.
Así duela reconocerlo, la mayoría de los conflictos sociales tienen raíces económicas, pues no puede existir sociedad sin economía: el agua que consumimos, la luz y energía que utilizamos, las matrículas y pensiones escolares, el arriendo, la comida, el transporte, el salario mínimo, las pensiones de los jubilados y hasta el aire que respiramos tienen que ver con la economía. Ahí, por ejemplo, están quienes se rasgan las vestiduras, quienes protestan por el aumento por decreto, del salario mínimo por parte del presidente Petro. El colmo del cinismo, que congresistas que se acercan a los 50 millones de salario, se opongan a que los trabajadores mejoren su remuneración económica. Este acto de mezquindad y otros ajenos a los intereses colectivos, hay que tenerlos en cuenta para no votar por esos congresistas en las próximas elecciones legislativas y presidenciales.
De otra parte, ante el empoderamiento de la violencia en varias regiones de la geografía nacional, debemos tener presente que uno de los bienes más preciados de toda sociedad decente, es la paz, sin ella nada bueno es posible.
En Colombia todos los esfuerzos encaminados a la reconciliación nacional son plausibles. Hay que despejar los corazones de odios y resentimientos para la construcción y consolidación de una nueva era, que signifique el logro de un país feliz, es decir, un país en paz.
La paz no puede ser posible si no se renuncia al resentimiento, al deseo de venganza, al odio, al egoísmo; patologías que obstaculizan cicatrizar las heridas y mirar hacia el futuro. Es necesario hacer dejación de un pasado muchas veces oprobioso, en vista de un bien venidero y para ello es prioritario el perdón, apartarse del odio y el rencor.
En nuestro país, no se puede hablar de violencia sino de violencias, que comprometen a muchos actores y escenarios, lo cual hace posible pensar la paz como un bien colectivo. Es por eso, que a pesar o gracias a las diferencias, se puede construir un país diferente donde se trabaje en la superación de las profundas desigualdades socioeconómicas y pueda tramitarse y concretarse una paz estable y duradera, basada en el diálogo y la concertación.
Los denominados violentólogos en nuestro país, en sus investigaciones y estudios, se refieren a dos tipos de causas de violencia: las causas objetivas, referidas a la pobreza y, las causas subjetivas, relacionadas con la paz, la apertura política y las maneras como se resuelven los conflictos, que en el caso colombiano no han estado exentas de violencia.
En la resolución de las causas objetivas se requiere de planes de desarrollo incluyentes y justos; en el manejo de las causas subjetivas, debe operar el diálogo y la apertura política. Ya es tiempo de que dejen de seguir legislando y gobernando los mismos de siempre, gracias a los mismos de siempre para los mismos de siempre.
A todos nuestros amables lectores, muchas gracias por dedicar unos minutos de su valioso tiempo; si Dios la vida y los periódicos lo permiten, seguiremos opinando con criterios independientes, empeñados, como siempre en la construcción de un país y una sociedad más justa y democrática. ¡Feliz Año 2025!