Víctor Paz Otero
Los hippies parecía que habían llegado a la historia para contribuir de una manera inocente y eficaz a profundizar las confusiones generales. Pregonaron tres consignas básicas en las que se resumía su visión ideológica: hacer el amor y no la guerra, retornar a una vida en armonía con la naturaleza y declarar una oposición visceral al consumismo indiscriminado que había consolidado la infernal maquinaria de la sociedad industrial.
El acto más subversivo que solo en apariencia caracterizaba a estos modernos representantes del pensamiento y del gesto, del incomprendido San Francisco de Asís, fue el bucólico ritual de reunirse en grandes conglomerados para consumir la sabia y calumniaba cannabis y escuchar a la estridente música del convulsionado rock.
Sin embargo, todos los fariseos del mundo, que a veces son como la mayoría, y donde se incluyen desde los marxistas hasta la policía, los comerciantes, los moralistas, lo jerarcas de todas las iglesias se unieron en un coro y en una legión agresiva para oponerse al poder “disolutivo” de esta nueva secta que pretendió rescatar y erotizar las relaciones del hombre con la naturaleza y con su prójimo. Los viejos y obsoletos marxistas de la época aportaron un inmenso arsenal de adjetivos estigmatizantes para enfrentar y desacreditar a ese engendro que suponían era el producto de la decadencia burguesa y del capitalismo. Los policías contribuyeron con el consabido garrote y las sutilezas de su brutalidad represiva. La iglesia católica, donde hay tantos pederastas, desempolvó sus discursos sobre la moralidad sexual y del sacrosanto respeto a la vida familiar. Solo los ávidos e imaginativos empresarios del desarrollo capitalista, tuvieron la visión y la codicia de convertir el hipismo en un producto de publicidad masiva y entonces la nueva y aterradora ideología del no consumismo, la convirtieron a la vuelta de pocos años en también un manso y sugestivo objeto de consumo.
De los hippies saltamos a los yuppies. O sea, a los consumidores compulsivos y urbanos de cocaína, droga industrial y de laboratorio, estos serían los predicadores y adoradores de la velocidad y la eficiencia. los Porta-estandartes de la sociedad cibernética. Alineados e irrestrictos defensores del prestigio social fundado en la apariencia y el consumo. Robots deshumanizados del vacío hipermodernista,que vieron en el hipismo como un producto del tiempo paleolítico o cavernario que se opone a la conciencia moderna. Ellos, los acicalados yuppies, fueron los responsables sociales y culturales de la masificación de las drogas “acelerantes” en el contexto de la nueva sociedad surgida y consolidada de manera muy significativa después de la carnicería del Vietnam y reforzadas poco años después con el derrumbe del muro de Berlín. ¿Por qué contra ellos no se formó nunca la sagrada alianza que con tanta sevicia y mentira persiguió al hipismo?
Bien miradas las cosas y desde la frágil y perspectiva histórica, el hipismo pudo haber sido una auténtica oxigenante revolución social y cultural que se orientaba mucho más a la trasformación de la vida que hacia la transformación de las cosas. Una revolución que cambie la vida será siempre más urgente y más profunda que una revolución que cambie las cosas.
Si en esta angustiosa y equívoca sociedad nuestra, nos hubiésemos dedicado a hacer el amor y no la guerra, a fumar la inocente y estimulante marihuana y no a ingerir la acelerante “périca”, de pronto la oscura narcodemocracia en la cual vivimos, sería solo un erótico y balsámico paraíso protegido por la sombra ecológica de San Francisco de Asís.
Popayán noviembre 5 del 2024.