Por: Mónica Mosso.
A través de distintas observaciones de mi misma y de las personas a las que he tenido el maravilloso privilegio de conocer a profundidad me he dado cuenta que tal vez la existencia humana oscila constantemente entre dos fuerzas primordiales: el pulso de muerte y el impulso erótico.
El primero se manifiesta en momentos de profunda desconexión o vacío, cuando la vida parece conducirnos hacia la quietud, el desgaste y la apatía.
Este pulso puede aparecer como un llamado interno hacia el fin, hacia el cese del sufrimiento o el agotamiento, por otro lado y en contraste, el impulso erótico nos empuja a movernos, tocar, sentir y experimentar el mundo. Este deseo por la vida, por la calidez y la conexión, rescata el alma de la frialdad de la muerte, reviviendo el cuerpo y la mente a través de lo sensorial.
Recuerdo que fue un profesor a quien respeto mucho quien me dijo ese “pulso de muerte” lo podemos entender como una fuerza oscura que nos recorre a todos (o a la mayoría de nosotros) en momentos de agotamiento o desesperanza, en su obra Más allá del principio del placer, Sigmund Freud introduce la idea de la pulsión de muerte (Todestrieb) como un deseo innato de retornar a un estado inanimado, de escapar del ciclo de sufrimiento que la vida impone y es en sus momentos más sombríos donde se puede llegar a anhelar el cese total de toda experiencia.
Este pulso de muerte no solo se refiere al final biológico, sino también a una forma de desgaste emocional y psicológico que todos sentimos en algún momento de nuestras vidas.
En estos momentos, el individuo puede sentir que su alma está desconectada de la vitalidad y el calor que proporciona la vida activa y creativa. Como señala Heidegger, esta atracción hacia la nada puede sentirse como una llamada silenciosa, una angustia existencial que recorre nuestra experiencia del ser.
Frente a este pulso de muerte, el impulso erótico emerge como una fuerza que nos llama a vivir, a experimentar, a sentir. El cuerpo se convierte en un vehículo de resistencia, y los placeres sensoriales — escuchar a alguien amado reír, llorar, gritar, el movimiento, hacer música, viajar, comer algo hecho con amor por las manos de un amigo, bailar, abrazar, compartir un chocolate caliente y sentir la calidez de una manta un día frío y lluvioso, — se oponen a la frialdad que la muerte impone.
El eros no es solo una fuerza física, sino también una espiritual, capaz de revitalizar la calidez del alma que, a veces, parece perderse en la monotonía o el dolor, busca la preservación, la conexión, la creación y este impulso está profundamente ligado a lo sensorial, como lo describe Bataille: “El erotismo es la afirmación de la vida hasta en la muerte”, ¿es el deseo por sentir y moverse lo que nos mantiene conectados al calor de la vida, incluso frente a la amenaza de la muerte?
El deseo de tocar y ser tocado, de viajar y explorar el mundo, es una respuesta natural ante el desgaste, la apatía, la crueldad que nos impone la vida, ¿es el cuerpo erótico no solo una forma de experimentar lo sensorial, sino una manera de reclamar nuestra existencia en el mundo, un recordatorio de que estamos vivos?
Este impulso se manifiesta en momentos de conexión íntima, ya sea con otro ser humano, con la naturaleza, con los que amamos o con el propio cuerpo.
Si bien el pulso de muerte puede recorrer a todos en momentos de oscuridad, es el impulso erótico el que rescata al alma de la frialdad, devolviéndole su calidez. El acto de mover el cuerpo, de sentir a través del tacto o experimentar nuevas culturas, amar a nuestro cuerpo, nos reanima, nos saca del vacío existencial.
Tal vez como explica el poeta Rainer Maria Rilke: “De todas formas, el más alto destino que puede tener un ser humano es llegar a los límites de la muerte y, a pesar de ello, vivir intensamente” al final el dolor es una forma de resistencia a la muerte, una manera de permanecer conectados con el calor vital que define la experiencia humana.
Este contraste no solo define nuestra relación con la vida y la muerte, sino que también ofrece una salida: a través del cuerpo, de lo sensorial, y del movimiento, podemos rescatar la calidez del alma frente a la frialdad del desgaste y la extinción.




