Por Donaldo Mendoza
Marco Aurelio (121 – 180). Con este autor se cierra la reseña de «El camino del estoico / Sabiduría para una vida plena». De los tres filósofos, éste parece el de menor relevancia. Los febriles afanes como emperador romano (entre161 y 180) apenas le dieron tiempo para componer unas «Meditaciones», “escritas de manera exquisita y con fina ternura”. Sus sentencias nos recuerdan a filósofos actuales de la ‘superación personal y la autoayuda’, al modo de Lin Yutang, Paulo Coelho…
En efecto, es fácil imaginar a Marco Aurelio aprovechando los ratos de descanso que le sonsacaba a los conflictos militares y revueltas en las que se vio envuelto. Entonces, entraba en profunda meditación, estimulaba el sentido común y se ponía a “escribir de modo sencillo y a leer con precisión”, a salvo de toda algarabía. El oficio de la escritura lo llevó a elogiar con gratitud a sus maestros y a ser tolerante con la crítica.
No fue Marco Aurelio tan agudo en sentencias como sí lo fueron sus antecesores Epicteto y Séneca; lo suyo fue más bien dar buenos consejos: «Adáptate a las cosas que te han tocado en suerte, y a las personas con las que te ha tocado convivir». En efecto, mi madre me decía: “Hijo, adonde fueres, haz lo que vieres”. Fue mi tabla de salvación en Popayán, yo no preguntaba si la ciudad era moderna o premoderna, y con esa filosofía hallé mis mejores amigos y amigas. Mi gratitud sincera con todos ellos.
Era una tenaz obstinación en estos pensadores –de antes y después de Cristo– el propósito de procurar cambiar a esos seres imperfectos por naturaleza, los humanos, a fin de conducirlos por la senda de la virtud: «…ser justo, magnánimo, sensato, prudente, reflexivo, sincero, discreto y libre, conjunto de virtudes con las cuales la naturaleza humana contiene lo que le es propio». Y respecto a las consideraciones de Séneca sobre la ira, Marco Aurelio intenta hacer común este sentido: «No hay que enojarse con las cosas, porque a ellas no les importa».
Termino la reseña con un fragmento de la “exquisita y tierna escritura” de Marco Aurelio.
«¿Se teme el cambio? ¿Y qué puede producirse sin cambio? ¿Existe algo más querido y familiar a la naturaleza del conjunto universal que un cambio? ¿Podrías lavarte con agua caliente, si la leña no se transforma? ¿Podrías nutrirte, si no se transformaran los alimentos? ¿Qué podría suceder sin transformación? ¿No te das cuenta de que tu propia transformación es algo similar e igualmente necesario a la naturaleza del conjunto universal?». Y asimismo, el derecho que tienen las personas a cambiar de opinión cuando lo demanden las circunstancias: «¿Toda afirmación puede cambiar? ¿Dónde está la persona que no cambia?».