miércoles, abril 23, 2025
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Popayán, entre la devoción y la incertidumbre

Por: Juan Camilo López Martínez

La Semana Santa ha terminado. Como cada año, Popayán vivió su mayor acontecimiento religioso, cultural y turístico, una tradición centenaria que no solo congrega a miles de feligreses, sino que activa la economía local, dinamiza sectores como el transporte, el comercio, la gastronomía, y pone a la ciudad en el centro del país y del mundo. Pero este 2025, más allá de la belleza de las procesiones y la admirable organización ciudadana, algo fue distinto. La devoción compartió escenario con la zozobra. La tradición convivió con el temor. Y el turismo, con las dudas.

Aunque aún esperamos las cifras oficiales, es evidente que la Semana Mayor de este año estuvo marcada por una disminución de visitantes. No por falta de interés, sino por miedo. La situación de orden público en el norte del Cauca, especialmente en Santander de Quilichao, impactó el tránsito por la vía Panamericana y puso en jaque la movilidad, la logística y la seguridad de quienes pretendían llegar a Popayán. Los bloqueos, los enfrentamientos armados, las amenazas, y la presencia cada vez más visible de grupos ilegales revelan una realidad que ya no se puede maquillar.

¿Y cómo llegamos aquí? El deterioro de la seguridad en el Cauca no es casual ni reciente. Es, en gran medida, el resultado de una apuesta de paz total que nació sin planificación, sin mecanismos claros de seguimiento y sin un verdadero control del territorio. Una política improvisada, donde se confundió el diálogo con la permisividad, la voluntad con la ausencia de autoridad. Lejos de debilitarse, las estructuras armadas ilegales se han adaptado, fortalecido y expandido. Mientras en Bogotá se insiste en que se está haciendo todo lo posible, en los territorios los hechos dicen otra cosa.

Porque no basta con buenas intenciones. La seguridad se construye con institucionalidad sólida, con presencia integral del Estado, con garantías para las comunidades, y sobre todo, con acciones concretas y medibles. Hoy, después de casi tres años de gobierno nacional, no podemos seguir diciendo que apenas están empezando. La situación actual es el reflejo de una falta de estrategia y de liderazgo frente a una de las regiones más complejas del país.

Y en medio de todo esto, los gobiernos locales y regionales quedan en la intemperie. Alcaldes y gobernadores son quienes deben dar la cara ante su ciudadanía, gestionar soluciones inmediatas, enfrentar la violencia con herramientas limitadas y sin el respaldo nacional que tanto se necesita. Es injusto, pero es real.

Popayán, con su patrimonio, con su historia, con su gente, merece más. El Cauca también. No podemos permitir que la tradición más importante de la ciudad se vea amenazada por la desidia. La Semana Santa no puede convertirse en una anécdota de resistencia. Tiene que volver a ser una celebración de vida, de esperanza y de reencuentro. Pero para eso, se necesita más que procesiones. Se necesita un país que garantice el derecho a vivir en paz, sin que esa paz dependa del capricho o de la improvisación.

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