Por: Javier Orlando Muñoz Bastidas.
Para Derrida el fundamento del perdón consiste en perdonar lo imperdonable, lo que hace del perdón una realización de lo imposible. En el perdón se hace lo imposible. No se trata, como lo plantea Slöterdijk, de hacer posible lo imposible, sino de hacer lo imposible de modo que siga siendo imposible. Hacerlo de forma contundente porque el perdón transforma la consciencia de sí y del otro.
El per-dón consiste en otorgar un “don”, en el sentido de: gracia o regalo, habilidad o aptitud, y consciencia. El “don” como gracia es algo que se entrega sin merecimiento y sin esperar nada a cambio. Como habilidad o aptitud, consiste en la posibilidad de devolver la dignidad a quien perdona y a quien es perdonado. Y el “don” como consciencia consiste en la transformación de la existencia de los mismos.
No se perdona porque el otro hizo algo para remediar el daño, o porque recibió un castigo por lo hecho. Se perdona como una gracia o regalo que se entrega, sin que el otro lo pida y sin que lo merezca. El per-dón es una acción que se justifica en sí misma. No se perdona para que el otro cambie o se arrepienta, sino por la afirmación de la importancia fundamental de la acción. Las acciones fundamentales son las que tienen un valor implícito. Como la existencia: el valor de la existencia es la existencia misma. No se existe para cumplir un objetivo, sino por el valor implícito que tiene la existencia. El per-dón se otorga, aunque el otro no lo pida, y aunque no lo sepa ni lo comprenda.
Pero entonces, ¿para qué perdonar? Aunque el per-dón tiene un valor implícito, también tiene la capacidad de devolverle la dignidad a quien perdona porque detiene la corriente que el daño ocasiona, y a quien es perdonado porque transforma la intención que el daño tenía. Aquí hay algo importante: ¿Quién daña tiene consciencia del daño? Sí la tiene, porque en todo daño hay una intencionalidad. El psicoanalista Guattari afirma que entre el inconsciente y el consciente la diferencia es de expresión. En toda expresión del inconsciente hay una consciencia implícita. Si alguien se hace daño a sí mismo o a otro, tiene que haber una intención consciente o una intención inconsciente que guarda una consciencia. En el per-dón se impide que el ciclo del daño continúe.
Devolver la dignidad consiste en la afirmación del valor de la existencia de sí y del otro. Se perdona para que quien perdona se afirme a sí mismo como individuo único e irrepetible, y para que quien es perdonado recupere su dignidad. Perdonar es decirle al otro que puede recuperar la dignidad que perdió en el daño.
Por lo anterior es que el per-dón debe ser una acción de consciencia. ¿Consciencia de qué? Del daño de lo fundamental, y de la necesidad de recuperación de lo esencial. La existencia es lo esencial y el individuo es lo fundamental. En el perdón el individuo recupera su existencia singular. Por eso el per-dón como consciencia quiere decir una transformación integral de la existencia, en la que las fuerzas del individuo pueden llegar a expresarse en plenitud. Es una transformación de sí de la individualidad, en la que se toma consciencia de lo que somos y lo que podríamos llegar a ser. Y es una transformación del otro, porque se lo restituye a su dignidad existencial.
Incluso Derrida va mucho más allá, cuando afirma que el auténtico per-dón se otorga “antes” del daño. El auténtico per-dón consiste en perdonar lo imperdonable, antes que se realice. Pero, ¿qué es lo imperdonable? Es despojar al individuo de su esencia existencial, que consiste en afirmarse a sí como alguien diferente. Todo lo que le quite al individuo su unicidad, su irrepetibilidad y su diferencia es lo imperdonable. Pero es eso lo único que se debe perdonar, como recuperación dignificante de lo que nunca se puede perder.
Pero, ¿desde dónde se perdona? Para Derrida el per-dón se otorga desde el amor, como fuerza que mueve, crea y eleva la existencia. El per-dón es una acción de amor como consciencia existencial. El amor como fuerza universal.
Referencia.
Derrida, Jacques (2015). Perdonar lo imperdonable y lo imprescriptible, Editorial Avarigani.