El 26 de enero de 1819, el Libertador Presidente Simón Bolívar expidió un decreto histórico, por el cual le concedió a los habitantes de Popayán “perdón y olvido” por haber secundado la insurrección que en su contra había liderado el prócer José María Obando.
Fue un hábil acto político que sorprendió a unos payaneses proclives a la corona, quienes, sin haberlo solicitado, encontraron en ese decreto una ventana temporal para construir una paz que luego se vio alterada durante la segunda etapa de la independencia, pero que en ese momento funcionó como estrategia. Les gustó.
Me apasiona charlar sobre episodios concretos de nuestra historia, por eso llamo a personas que me ilustran. Esta semana cayó a la mesa el tema de las solicitudes de perdón que frecuentemente se hacen, como el que iba a efectuar el presidente Petro el viernes pasado en el evento de Santander de Quilichao, a nombre del Estado colombiano por el exterminio de la Unión Patriótica, pero se enfermó y no pudo asistir. Esa ausencia no gustó.
Muy diciente es que los últimos papas hayan pedido perdón por distintas actuaciones equivocadas de la Iglesia, incluyendo la Inquisición, la conquista, las cruzadas, la pederastia. Eso ha gustado.
En fin, la historia está llena de solicitudes de perdón, algunas inconclusas, como el Acuerdo de Paz de La Habana, el cual tiene un gran marco de perdón con base en la verdad y la reparación. No va ni a mitad de camino y a algunos no les ha gustado, a otros sí.
Como lo decía, todos los días los seres humanos pedimos perdón, por nuestros errores, por los errores de otros, o por los errores de las entidades que representamos.
Sobre este tema, aterrizando en lo local, y guardando todas las proporciones, habrá que entender que seguramente en esta noble villa se habrán efectuado múltiples solicitudes de perdón, entre otras, por las tareas no ejecutadas, por la inequidad, por la injusticia, por los errores del pasado. Solicitudes de perdón que deben ser siempre dignas y en favor de las colectividades, de los más vulnerables, de las víctimas.
Por eso es tan difícil digerir las frases de nuestro alcalde, cuando en rueda de prensa la semana pasada mencionó que se había reunido con el representante de la empresa de ingeniería de los Hermanos Solarte, para solicitarle lo siguiente (transcripción textual): “una de las cosas que hice al ir a Bogotá era pedirle perdón en nombre de la ciudad de Popayán por no haberle pagado su plata y su trabajo” (SIC).
Obviamente le creo al mandatario y más lo que a renglón seguido expresó: “y a él le gustó eso”. Por las reacciones que he leído, a la gente eso no le gustó.
No sé quién le haya aconsejado esa estrategia al alcalde, o si es de su espontánea iniciativa, pero déjenme decirles que en el mejor de los casos era innecesario hacerlo y todavía más contarlo. Pero bueno, este hecho ya hace parte del capítulo de los eventos muy menores de nuestra historia.
Pero no dejo de preguntarme, ¿por qué fue a pedir perdón? ¿Por qué ? ¿Por defendernos de unas pretensiones gigantescas y leoninas contenidas en sus demandas? Eso era obligante y lo hicimos todas las administraciones anteriores.
¿Qué falta ahora ?Lo que también se anunció como una gran novedad (que no es ninguna): firmar la conciliación judicial que se dejó lista en el empalme de diciembre, la cual, con los ajustes que haya tenido, está debidamente financiada con los recursos del Fondo de Contingencias creado hace tres años. Y nada más. Con eso se acaba esa historia. Sin perdones ni olvidos. Y sin entrar en la anunciada Ley 550.
Moraleja: Hay que saber muy bien a quién se le pide perdón. De pronto nos equivocamos y nos toca pedir perdón por los que piden perdón.