martes, junio 10, 2025
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InicioOPINIÓNCarlos Horacio Gómez QuinteroNecesitamos cultura política y liderazgos con integridad.

Necesitamos cultura política y liderazgos con integridad.

Mg. Carlos Horacio Gómez Quintero.

Es realmente imposible abstenerse de opinar o plantear alguna postura frente a lo que actualmente sucede en Colombia, a partir de la cruda contradicción surgida en los últimos meses, alrededor de los fallidos trámites de iniciativas legales en El Congreso y la obstinada posición del Presidente por impulsar, a cambio de ello, una Consulta Popular, que de alguna manera produzca los resultados buscados por su gobierno y que no logró en el escenario y procedimiento constitucional y legalmente establecidos. Lo único cierto, en medio de esta desbordada dinámica de permanentes agresiones de lado y lado, es que la sociedad se encuentra profundamente fraccionada entre dos extremos irreconciliables, que de hecho están obstaculizando el aparecimiento de tercerías u otras posiciones que nos puedan conducir hasta espacios verdaderamente constructores del futuro que anhelamos y nos merecemos. En suma, nos encontramos ante una situación, en la cual es totalmente visible la necesidad inaplazable de propiciar el surgimiento y vigencia de una cultura política que fomente el pensamiento crítico y el liderazgo con integridad, para que logremos, en conjunto y bajo el liderazgo de un verdadero Estadista, avanzar hacia la concreción de realidades sociales estancadas durante años, por efectos de malas decisiones estatales y cuestionables estilos de gobierno. De ello particularmente no tengo duda alguna y mal haría en confundirme intencionalmente en la equivocada posición de afirmar que todo pasado fue mejor.

La cercana celebración de debates y elecciones al Congreso y a La Presidencia, abonan las expectativas nuestras sobre el destino que espera a nuestro atribulado país y ello implica, por encima de cualquiera consideración, el trámite de acciones gubernamentales impulsados por nuevas fuerzas y nuevos líderes con capacidad para dirigir un proceso favorable a los intereses del país y la sociedad. El común de los ciudadanos expresa con cierto desespero, ante lo que cotidianamente se palpa, que hacen falta líderes, pero en mi modesto concepto, lo que fundamentalmente hacen falta son Estadistas, es decir aquellos personajes capaces de comprender el pensar y sentir de los grupos sociales heterogéneos, y de enfrentar las dificultades y desafíos en el ejercicio del poder.

El Estadista es un calificativo difícil de definir. Las ciencias sociales proporcionan elementos para descubrir su estatura histórica y la trascendencia positiva para el bien de las futuras generaciones. La aproximación a la comprensión de su labor, las formas mediante las cuales asume sus responsabilidades y las consecuencias de sus decisiones, ayuda a explicar sus calidades y el rol por desempeñar. Los estadistas brillan por su visión e intuición del futuro. Su papel en la conducción de un país es de gran importancia, pues no solo es un líder político; es un visionario capaz de tomar decisiones difíciles y oportunas, incluso en situaciones de incertidumbre o presión. Eso exige tener un conocimiento profundo de la realidad del país, así como experiencia en la gestión de asuntos públicos, más allá de la mera visión política y aún, más allá de lo que dicten sus convicciones ideológicas, que por supuesto son absolutamente válidas y legitimas para ventilarlas como parte sustancial de las propuestas colocadas a consideración de la opinión que decide y que hoy se encuentra, entre otras cosas, plena y tendenciosamente alebrestada, por las inducidas condiciones politiqueras que alienta el actual gobierno, para explotarles su real condición de Constituyente Primario

La crisis económica, política, social, de sana convivencia y de abultadas violencias que sufre Colombia, explica la carencia de líderes estadistas y acertados ejercicios de gobierno. Si bien no se trata de un fenómeno nuevo, las transformaciones actuales plantean desafíos inéditos y eficaces. Es necesario implantar una cultura política que valore la integridad, la visión a largo plazo y el compromiso con el bien común. El fomento de la educación cívica y el pensamiento crítico, por ejemplo, deben ser la base para formar ciudadanos informados y participativos. Es un imperativo el apoyo al desarrollo de liderazgos que puedan combinar tanto la experiencia técnica, como la visión política y social. La polarización y la fragmentación de la opinión pública dificultan la construcción de consensos y la adopción de visiones a largo plazo. La creciente individualización y el declive de las ideologías tradicionales pueden erosionar el compromiso con proyectos colectivos. La desconfianza en las instituciones y la percepción de corrupción pueden desalentar la participación política y el surgimiento de líderes íntegros. No otra cosa revela la conversión de la política en un negocio y en un espectáculo mediático, donde la imagen y el carisma pueden primar sobre la sustancia y la experiencia. Bajo esta perspectiva, que indudablemente contiene categóricos elementos conceptuales, pero que también se convierte en recomendación práctica, a fuerza de las atrocidades que a diario padecemos, cobra vigencia la demanda social por impulsar, de un refuerzo a la capacidad de la sociedad colombiana para exigir y cultivar liderazgos que estén a la altura de sus desafíos.

Estoy seguro que a una inmensa mayoría nos acompaña la expectativa de observar y gozar los beneficios de apropiadas decisiones en materia laboral, pensional, de salud, de modernización institucional y de cambios en los andamiajes políticos, que perfectamente se pueden adoptar y que en su marco ideológico ha venido promocionando y ventilando el actual gobierno nacional. Lo censurable y detestable, es la forma voraz como se pretende avanzar, en virtud de una serie de argumentos y posiciones que están alejándose cada vez mas de las reivindicaciones sociales y se están acercando peligrosamente a la implantación de un sistema probado en otros lares con resultados negativos y destrozos. Así no es, ni la forma ni el estilo que se deben utilizar. De persistir en ello, lo único que debemos esperar es la peligrosa deslegitimación y resquebrajamiento del Estado Social y Democrático de Derecho vigente; la profundización en la división que marca las relaciones de la sociedad; las censuras permanentes por el si y por el no; el afianzamiento frecuente de las actitudes necias y veleidosa de la clase dirigente de todo orden y color; el alejamiento de las oportunidades de mejoramiento social y económico; la posibilidad, ojalá remota de enfrentamientos físicos y la potencial y estruendosa derrota electoral de un estilo y una propuesta que cautivó y embelesó con El Cambio y que solo está aportando enormes cuotas de desilusión y frustraciones, a partir del reencauche acelerado y morboso de prácticas inocultables de corrupción, en cabeza de liderazgos con obscuras calidades en materia de pulcritud y honestidad. Todavía es posible mejorar y avanzar. La prudencia, el respeto y la sensatez también son condiciones para los nuevos liderazgos.

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