Un manifiesto para quienes no encajan (y menos mal)
Por: Moníca Mosso
Diferente. Rara. Inesperada.
Palabras que, según cómo se digan, pueden sonar a advertencia o incluso a condena.
Depende de quién las pronuncie.
Y de quién las escuche.
Ser diferente no siempre significa lo que creemos. No es extravagancia ni rebeldía decorativa. Es, a veces, simplemente ser honesto con lo que cada uno es. Podría ser no editarse tanto. Sostenerse, incluso cuando el mundo insiste en sugerir una versión más digerible de ti.
Este texto no es para quienes siempre encajan.
Es para quienes se reconocen en los bordes. Para quienes alguna vez se sintieron demasiado: demasiado intensos, demasiado callados, demasiado reflexivos, demasiado contradictorios. Y también para quienes, sin estridencias, simplemente decidieron no fingir.
Hay quienes nacen con la fórmula para encajar: las palabras justas, el volumen correcto, la sonrisa que no molesta, el talento de leer la sala y decir lo socialmente apropiado.
Y luego estamos los otros.
Los que hacemos preguntas incómodas a la hora del almuerzo. Los que hablamos con voz un poquito latosa, aunque nos pidan tono dulce. Los que, sin estrategia, ni planearlo, o incluso darnos cuenta, vamos contra la corriente de lo esperable.
No por rebeldía, sino por coherencia.
“Rara”. “Diferente”. “Difícil”.
Palabras que antes dolían, que parecían señalar un exilio inevitable… hasta que un día comprendí que, en realidad, eran una especie de pasaporte.
Porque lo que no encaja no está roto: a veces simplemente está hecho para otras historias.
Yo pasé la mitad de mi vida tratando de encajar.
Con la precisión de alguien que teme incomodar, decía lo justo, sonreía con cuidado, incluso pensaba con cautela. Porque algo en mí —quizás aprendido en la marcha— creía que ser correcta era lo mismo que ser querida.
Hasta que un domingo cualquiera, entre familia, café y conversación, me dejé llevar.
Estaba hablando de un tema que me apasionaba —da igual cuál, seguramente algo social—, con los ojos brillando y el alma encendida.
Quería compartir, dialogar, entender al otro, pero no para “ganar” discusiones. Solo para encontrarnos, para conocerle mejor, para que me viera de verdad.
Y justo ahí, alguien dijo:
“¿Por qué te gusta llamar tanto la atención?”
“¿Por qué siempre tienes que llevar la contraria?”
“Eres demasiado difícil.”
Entre otras cosas.
Una coreografía perfecta entre lo que era y lo que no debería ser. Como si expresarse fuera un problema. Tal vez mi presencia se sintiera mejor en versión editada.
Ahí entendí algo: para algunos, la diferencia no se respeta, se corrige. Se oculta. Y no siempre es por maldad.
A veces es miedo.
Hay quienes aprendieron a mimetizarse para sobrevivir, y ver a alguien distinto les recuerda todo lo que enterraron para encajar.
Quizás a ti también te lo han dicho. Que eres raro, mucho, que sientes demasiado, exagerado, cambiante. Y quizás también intentaste “bajarle”.
Yo también.
Pero un día entendí que no se viene a esta vida a cumplir expectativas prestadas.
Vinimos a ser y habitar.
Y eso, a veces, implica incomodar.
Eso sí: incomodar no es agredir y nunca será irrespetar. Es simplemente no pedir disculpas por existir con toda tu complejidad.
Judith Butler, en El género en disputa (1990), dice que lo que somos es performativo: una construcción que se fortalece en la repetición, en la insistencia, en la honestidad de nuestros actos cotidianos.
Y siguiendo esa línea de pensamiento, tal vez lo que no encaja no fracasa: simplemente está fundando otro lenguaje.
Porque lo diferente podría no ser necesariamente, un defecto.
Tal vez sea una declaración.
No siempre suave, no siempre entendida, pero auténtica.
Y si hay que elegir entre parecer normal o vivir en voz alta, yo ya no dudo. No es sano caber en moldes donde podríamos quebrarnos.
¿Para qué aplausos tibios que solo premian lo conocido?
Ser diferente no es fingir ser “especial”. Todos somos maravillosamente únicos.
Tal vez sea simplemente eso: apostarle a la libertad de ser y habitarse con coherencia, entendiendo que algunos aman la comodidad de lo familiar. Y eso, en este mundo lleno de personas disfrazadas de expectativas, ya es bastante.
Este no es un himno a lo raro como rareza.
Es un elogio a ser.
Con dudas, brillos, errores, arrepentimientos, alegrías, voces latosas, bromas sin sentido y hasta contradicciones.
Con voz propia.