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La noche oscura del alma – Parte I

Por Moni Mosso

En la tradición mística cristiana, San Juan de la Cruz describió “la noche oscura del alma” como ese tramo del camino espiritual donde el alma, para acercarse a la luz divina, atraviesa un desierto interno de desolación, silencio y vacío. No se trata de tristeza común, sino de una transformación profunda donde todo lo que antes sostenía sentido se desintegra, y se camina a ciegas, desnudo de certezas, hacia lo que aún no se ve.

San Juan lo mencionaba como un proceso de “purificación severa, necesario para la unión con Dios”, aunque aquí quisiera que lo revisáramos más allá del dogma: como metáfora vital para hablar de los tránsitos emocionales que nos cambian para siempre.

Hablar de salud mental sigue siendo, todavía hoy, un acto un poco osado. Y más aún si intentamos ponerle nombre y apellido a esas vivencias. En un mundo que premia la productividad, el optimismo constante y la estética de lo funcional, reconocer la fragilidad, la fatiga, la incertidumbre sigue siendo incómodo. Sin embargo, si queremos construir un presente más humano, más consciente, más real, me parece imprescindible abrir espacio para entender que no somos únicos en nuestras vivencias. Que, aunque estamos solos habitando cada una de nuestras vidas, existen experiencias que son universales y nos unen. Tal vez esa sensación pueda traer muchísima esperanza.

Nombrar nuestras noches oscuras no busca romantizar el sufrimiento, sino dignificarlo. Y tal vez, quienes lo han atravesado —o lo estén habitando en este momento— puedan verse reflejados en el silencio que muchos han sostenido sin tener palabras para contarlo.

Un conocido, alguna vez, me habló de los comportamientos de quienes pasan por depresión como “cosas de raritos” o “gente perdedora que se queda pegada en sus dramas”. Lo dijo con honestidad brutal, desde el desconocimiento propio de quien nunca ha sentido ese abismo. En ese momento comprendí algo: para quienes no han transitado su propia noche oscura, el sufrimiento ajeno se parece a una exageración. Para quienes sí la han vivido, es una herida que se reconoce sin necesidad de explicación.

Este año entendí, de golpe y con claridad incómoda, cuántas veces llegué hasta el borde sin darme cuenta. Mirando hacia atrás, descubrí que la depresión no siempre se presenta como una caída repentina, sino como una sombra que se instala lentamente en las rendijas de la vida cotidiana. Llega entre los silencios, entre las sonrisas fingidas, entre las agendas que se cumplen sin presencia. Uno sigue, se maquilla, saluda, trabaja. Pero adentro, algo se va apagando.

Y luego, un día, sucede.

Hay un instante —un segundo, una noche, un día— en el que quienes hemos atravesado una depresión profunda tomamos una decisión radical: quedarnos.

No lo digo como metáfora poética. Lo digo literalmente.

Hay un momento en que se elige. Se decide qué va a pasar de ese momento en adelante.

A veces, se hace entre pensamientos confusos. Otras veces, simplemente se cierran los ojos y se espera que amanezca, como si la vida dependiera de esa mínima luz que aún no se ve.

Y sin embargo, en ese umbral… algo se mueve por dentro.

Es sutil, casi imperceptible. Una grieta en el silencio.

San Juan de la Cruz decía que en la noche oscura, el alma camina “por el medio del camino”, sin ver ni a la derecha ni a la izquierda, solo hacia adelante, sostenida por una fe que no sabe que tiene.

Y así se siente.

Como atravesar un bosque sin luna, sin mapa, sin compañía… pero aún así seguir.

Dar un paso. Solo uno. Porque quedarse inmóvil ya no es opción.

Y en ese paso, está toda la vida latiendo.

Ese umbral marca un antes y un después.

Define cómo asumiremos lo que sigue, cómo volveremos a sentir el mundo, cómo diseñaremos una vida que aún no sabemos si queremos del todo, pero que decidimos no abandonar.

Y si se presta atención, en ese momento aparece algo sutil: una presencia, un susurro, una fuerza que algunos llamarían divina.

No porque se vea una luz celestial, sino porque —en medio del desamparo— hay un gesto interior que no se explica con lógica: no bajar los brazos. Apostar por la esperanza, por nosotros mismos.

La noche oscura del alma no es el final.

Es apenas el comienzo de otra forma de habitar la vida.

Y si estás en tu noche o noches oscuras, recuerda: nunca estamos realmente solos.

La esperanza también tiene voz.

Y se parece, mucho…..

tal vez demasiado, a la tuya.

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