Por: Jesús Helí Giraldo Giraldo
Todos los defectos catalogados por Edward Bach como las verdaderas enfermedades humanas se conjugan en el matoneo o acoso escolar. El odio y la crueldad contra los más débiles expresan por sí mismos el orgullo y el codicioso desconocimiento de la libertad e independencia implícitas en la existencia individual. Sumergen, a las víctimas, en condiciones de incertidumbre, los dos bandos caen en forma repetida en el error por el cual sufren graves consecuencias. El primero, cuando llega el momento de reflexión, y, arrepentido promete no volver a la maldad y la injusticia, sin embargo, la fuerza del mal que parece desconocer límites, lo consume en la perdición. El otro agobiado por el miedo se hunde una y otra vez en el mismo hueco del silencio y la ausencia de ayuda colectiva para su defensa.
Este comportamiento agresivo reflejado en el acoso escolar conducente al hostigamiento, la opresión e intimidación, comienza con la burla y tratamiento ofensivo a los más débiles, tímidos y quienes piensan y actúan diferente, al final, se convierte en una aberración violenta, infame e injusta que saca a relucir lo más bajo de la conducta humana y origina graves problemas de convivencia.
El conocido matoneo o bullying es la manifestación del desequilibrio emocional en el cual participan dos actores: el victimario y la víctima, siempre visible el fenómeno de los dos polos de la unidad. Para que haya uno tiene que existir el otro, en ambos se manifiestan claramente perturbaciones emocionales que es necesario considerar con la debida conciencia y equilibrarlas lo más pronto posible para evitar tanta injusticia contra seres inocentes y frágiles que son los que terminan cargando el peso de la infamia y la crueldad.
En las víctimas es notoria la incapacidad de encarar la situación por el terror que les produce el victimario, generalmente poderoso y más grande, armado o actuando en grupo, respaldado por la cobardía de una sociedad miedosa y tolerante con el más fuerte, convertida en cómplice, voluntario o no, de los atropellos,
El miedo por las escenas de brutalidad y agresión les hace perder el control, entran muchas veces en estado de crisis, sobresaltos y traumas ante la brutalidad dolorosa. Actuaciones que provocan más agresividad y violencia del intolerante enemigo, quien no acepta el llanto ni se conduele, en cambio se apoya en la actitud temerosa y reservada para aumentar el atropello. La respuesta huidiza o lastimera y el lamento asustado e indefenso que expresan la desolación ante la inexistencia de alguna vía de escape enciende el ánimo malvado y se ensaña con su presa.
El miedo a la reacción del poderoso enemigo influye en la pérdida de personalidad para enfrentarlo o denunciarlo, después de intentarlo muchas veces y ser afectado por la incertidumbre que lo llena de confusión ante la disyuntiva de hablar, o no, con la autoridad o la familia, el jefe o el profesor. El sometimiento de su personalidad débil ante la más fuerte con pérdida total de su seguridad, confianza y fe en sí mismo deja el campo totalmente abierto y disponible para la maldad y la injusticia proveniente de quien quiere destruirlo.
En el caso del victimario, vemos sujetos desbordados por su autoritarismo inflexible para quien la exigencia intimidante y agresiva es la única forma de autoridad posible, comportamiento dictatorial, propio de sátrapas que no aceptan contradictores y que oyen solo su propia voz. Si no pueden imponerse con facilidad entran en celos, rencores y venganzas hasta propinar golpes, causar heridas o la muerte al sufrido opositor, generalmente personas débiles, menores, mujeres u hombres desarmados. Para el despiadado y cruel verdugo es más fácil aplicar el poder ante rivales carentes de fuerza que a quienes puedan enfrentar la guerra en iguales condiciones. Como puede concluirse, el victimario es víctima, a su vez, de sentimientos o estados emocionales negativos, resentimiento o amargura, circunstancias que no ha podido superar. Situaciones de miseria o malos tratos en otras épocas imposibles de perdonar, quiere cobrar venganza dejando salir su odio contra quienes nada tienen que ver con su problema personal, simplemente le evocan un recuerdo ingrato, doloroso e inolvidable.
En muchos casos, al no haberse sentido querido por nadie, el violento, quiere llamar la atención en busca de notoriedad y respeto, se vuelve un intolerante, homofóbico y racista. Ve defectos en el comportamiento ajeno, una manera estúpida e incompetente que le fastidia y por eso excluye y maltrata a quienes odia por no pensar y actuar como él determina y piensa, para quien sólo existe una manera de hacer las cosas y es la suya, los demás están equivocados. La impaciencia por imponer sus criterios y llevarlos a la acción lo más rápido posible le produce estados irritables y desesperantes, terminando en la devastación, la barbarie y el abuso. Lo más funesto del matoneo es que estas conductas negativas hacen carrera en la sociedad convirtiéndose en una manía cotidiana por parte de altaneros seres enceguecidos por el poder, las armas o el dinero y someten a sociedades enteras en víctimas de su despotismo expresado en persecuciones de carácter religioso, racial, político o de género, guerras fratricidas y desplazamientos de comunidades que lo dejan todo, huyendo de sus propios compatriotas para proteger la vida, ¿por qué? Porque piensan diferente. Solo el amor y las virtudes podrán integrar la humanidad equilibrando sus emociones para vivir en armonía.
JHGG. Bogotá, 3 de julio de 2025